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Esto es una pipa

20/04/2025
 Actualizado a 20/04/2025
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Desde la torre de Babel todo es un problema de comunicación, de compartir no solo los códigos sino el campo semántico, los significados. En el idioma político la comunicación estalla en mil pedazos cuando alguien como Esperanza Aguirre se autocalifica como liberal. Liberal, con esa aura de linaje cervantino que añade a la libertad un toque de orden y estabilidad, lejos de libertarios, libertinos y libérrimos. La palabra liberal es uno de los escasos términos políticos universales procedentes del español (con ‘golpe de Estado’, que se explica por sí solo). Sin embargo, su significado ha ido cambiando tanto que ni la madre que lo parió, según diría otro posible liberal. Denominó a los diputados gaditanos que fundaron este país y ha acabado por señalar a gente como Aguirre, criadora de ranas, que amalgama rancia tradición autoritaria (esto es mío y hago con ello lo que quiero) con el ‘laissez faire’ del barrio de Salamanca. Aguirre y los miembros del PP son tan liberales como Sánchez social-comunista.

Los ejemplos abruman. Que se confunda a los eurocomunistas o a los socialistas con los soviéticos o el muro de Berlín da para mucha descalificación, pero, en rigor, es falso. La socialdemocracia se parece al socialismo original y al dictatorial como la democracia ateniense (o leonesa) a la contemporánea. Ese baremo funciona para todo: si no condenas las dictaduras (por ejemplo, la franquista) y hasta las defiendes, eres un (neo)fascista en potencia y, fácilmente, en acto. Uno puede ser marxista sin ser bolchevique y, por tanto, sin justificar ninguna barbarie soviética tal como cierta izquierda hizo hace sesenta años, pero no ahora. Y si tu ideología te lleva a defender a alguien como Maduro es que no has entendido nada y, además, eres un hipócrita doctrinario.

Lo de la hipocresía, por demás, caracteriza la doctrina desde que existe. Sirva como ejemplo el cristianismo, una de las religiones más aparentemente exitosas. Ese tipo de creencias acientíficas suele conllevar en general un mensaje profético cuyo contenido no se aparta demasiado de las utopías anteriores y posteriores que han ambicionado la fraternidad y el buen rollo entre los seres humanos, la reprobación de la violencia y el final de la codicia como modo de vida. Ese credo o fe, llámenlo como deseen, por supuesto, no se aplica. No lo hacen los dirigentes del extenso entramado levantado en su nombre, a menudo con la barata excusa del fin y los medios, ni lo hacen los creyentes o supuestamente creyentes, en su mayoría entregados a prácticas contrarias o a ignorar el fondo por causa de una forma discordante. Vean, si no, la semana de marras, caracterizada por la vanidad, el exhibicionismo, la pompa y hasta la ira y el desdén. Intenten cruzar la calle.

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