23/05/2025
 Actualizado a 23/05/2025
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Es una obviedad decir que «estar en Babia» es algo que cualquier español ha dicho más de una vez. Lo mismo que «estar en la higuera». Pero todos sabemos lo que es una higuera y, seguro que bastantes menos, qué es Babia. 

Aquí sí que lo sabemos. O deberíamos saberlo, porque vistos los estragos que los diversos y variados planes de estudio en bachiller han hecho y están haciendo, probablemente es un tanto aventurado suponer un «general conocimiento».

Para ser correcto también hay que reconocer que el origen de la expresión que aquí se da por cierto e indiscutible no es la única explicación, pues otras hay, eso sí, menos gloriosas, basadas en la semántica y la evolución histórica de las palabras. Pero ésta, la nuestra, la de que los reyes de León se retiraban a Babia, lejos del mundanal ruido, separados de la Corte y sus preocupaciones diarias, quedándose los problemas de estado en el limbo durante una temporada es la que, porque no decirlo, más nos gusta, apetece y llena.

Sin embargo, siendo Babia algo que está en hablar diario de toda España, es muy poco conocida, no solamente en el país, sino también aquí.

Haciendo una pura disquisición personal, quizás el origen está en que esta provincia, una de las más grandes, y precisamente por su tamaño, da cabida a muy variadas zonas con personalidades diferentes, que, sobre todo en el norte, tienen, cada una de ellas, una imagen natural muy potente.

Por poniente, todo el Bierzo y por naciente, todo el macizo de los Picos de Europa. Y en el medio de esos dos colosos naturales y personalísimos, se queda Babia, quizás eclipsada, quizás abandonada o escondida, no lo sé. Pero, desde luego, más desconocida.

Yo mismo, mea culpa, no he estado demasiado por aquellos lares: algún que otro trabajo profesional, y poco más.

Y, dispuesto a enmendar el error, he estado en los últimos días por allí.

Ir, ahora, es bastante fácil, pero, haciendo abstracción de la época, hay que reconocer que llegar desde la Corte leonesa, en aquellas épocas, tenía que ser bastante complicado. Es más, me llamó la atención el poco tráfico; pocos vehículos y, lo que son las cosas, casi tantos extranjeros como nacionales. Por allí me crucé con un Rolls Royce y segundos después con un Ferrari negro que, supongo, y ya es casualidad, tuvo que haber sido el que dos días después tuvo un accidente mortal en Boca de Huérgano, porque en esta provincia Ferraris ingleses y negros, no hay mucho. Pero esa es una de las cosas que tiene Babia, el ser un lugar bastante escondido (si ahora puede encontrarse un sitio así) pero muy especial, tranquilo, silencioso y apartado del mundanal ruido. Esa es mi impresión.

No es el Bierzo ni Picos de Europa, es… Babia. Sus paisajes son diferentes y sus pueblos también.

Pequeños núcleos de casas construidas ‘a su aire’, con calles sinuosas y variopintas, tal y como sus usuarios las han generado en el tiempo, año tras año, cuando los habitantes van necesitando nuevo cobijo. Nada de viales cartesianos, solo calles consecuencia de lo que cada uno de los propietarios, según su criterio y propiedad, necesitaban para vivir. Ni caso a las rectas trazas que la ilustración, allá por el siglo XVII, implantó como modelo de trama urbana que ha llegado a nuestros días. No, está claro que aquello no llegó por allí (a Dios gracias), 

¿Y las casas? Todas con el mismo patrón: un prisma recto de caras lisas, sin voladizos ni quiebros, solo huecos para ventanas y puerta, una edificación sencilla, toda por igual y en todas partes, de esa piedra gris del lugar, ocasionalmente con tintes rojizos, que en la capital se usaba para embaldosar los alrededores de la Catedral o San Isidoro, donde aún hoy quedan ejemplos, labrada o no, algo que inevitablemente se va a perder, en este momento en que hasta los oficios más corrientes están desapareciendo. Como para encontrar canteros!. De hecho, en más de un lugar, ya se está colando algún que otro ladrillo, incluso bloque de cemento, lo mismo que planchas de fibrocemento entre los tejados de pizarra. Y aún peor: más de un tejado de teja árabe. 

Por supuesto que no se pueden pedir imposibles, y pretender que se sigan construyendo con la piedra del lugar no tiene ninguna posibilidad, pues por mucha piedra que haya, y la hay, vaya si la hay, pero no hay canteros ni mano de obra que la coloque. Ahora, lo de la teja árabe, incluso fibrocemento, canta un montón, no parece lo más adecuado y sí que es fácilmente asumible. 

Posiblemente es deformación profesional, y los peros que puedo poner quizás no lo son para todos aquellos que viven o lo visitan. Uno es lo que es y no lo puede remediar.

Pero, a pesar de todo, Babia sigue ahí, callada. No me extraña que nuestros reyes se escaparan allí.

Porque Babia, al menos hoy por hoy, vive en su mundo. Y, por mí, que dure.

23 05 2025 Álvarez Guerra
23 05 2025 Álvarez Guerra

 

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