Hace unos días aparecieron los cuerpos de tres hermanos, en su casa de Morata de Tajuña, apilados y con signos de violencia. Todo apunta a que fue el resultado de un ajuste de cuentas. Una de las víctimas sufrió lo que se conoce como estafa del amor. Un hombre con una falsa identidad, con el que mantenía una pseudo relación a distancia, le pidió dinero para poder acceder a una herencia. Parece que para afrontar esos pagos que su amado le solicitaba, pidió un préstamo a la persona equivocada. El acreedor, supuestamente, reclamó su dinero en más de una ocasión, empleó amenazas y al final decidió cobrarse con sus vidas.
El círculo más cercano a los fallecidos había intentado abrirles los ojos acerca del fraude y sus posibles consecuencias. Fue inútil, la mujer mantenía contra viento y marea que aquello era amor verdadero y no había ningún engaño. Sus vecinos y allegados veían venir un desenlace poco halagador. Los tres hermanos también, a juzgar por el arma de fogueo que habían adquirido como defensa.
Genera mucha impotencia el hecho de que, a pesar de que este final venía anunciado con señales y carteles luminosos, nada ni nadie logró impedirlo. No es la primera vez, ni será la última, que este tipo de embaucadores (y embaucadoras) se aprovechan de la vulnerabilidad y del sentimiento de soledad de alguien para vaciar sus cuentas bancarias. Es una crueldad intolerable.
A raíz de este suceso han salido a la luz otros casos de hombres y mujeres que han sido manipulados hasta quedar en la ruina más absoluta, destrozados.
Y escuchamos con demasiada frecuencia noticias de asesinatos que nos ponen los pelos de punta.
A estos seres desalmados capaces de perpetrar semejantes actos hay quienes les llaman bestias, animales. Yo no veo la similitud por ningún lado entre unos y otros. De hecho, considero a los segundos muy superiores a los primeros y carentes de esa maldad.
A ellos, que san Antón los bendiga.
A nosotros… el mundo nos viene grande y se nos va de las manos.