Habrán visto ustedes por ahí últimamente a más de uno y más de dos sujetos empuñando un invento que a la mínima se llevan a la boca y acto seguido se forma sobre ellos una nube del tipo cúmulo acastillado.
Dan un perfil determinado: hombre, de 30 a 50 años, techie y exconvicto de la adicción al tabaco. Advierto que en algunos ambientes son mayoría. Tiene pinta de contagioso el fenómeno. De momento manténganse alejados de ellos, porque están en fase de observación. El acto de llevarse el aparato a los labios lo hacen furtivamente y suele ir acompañado del ejercicio de pulsar un botón. Parece que anden por ahí haciéndose espirometrías a diestro y siniestro.
Es probable que los hayan visto estos días cuando han bajado ustedes a pesar del mal tiempo a ver procesiones. Consuélense que me dice un pajarito que ni en Toronto está el tiempo para procesiones. Queda por decirme el pajarito si en Toronto también se han avistado sujetos con estos hábitos tan extraños.
El último sujeto observado ha sido la camarera de un tren de alta velocidad, asomándose a la puerta del vagón cafetería, ese que tenemos censurado el común de los mortales para salir a despejarnos durante un largo viaje en tren. Sacó la cabeza y soltó allí la del botafumeiro.
Dicen quienes han estado cerca que la vaporosa nube que dejan puede oler a Tico Tico de sandía o a cornete de Miko.
Yo la primera vez que vi a uno practicando el oscuro acto pensé que estaba aspirando un golpe de Ventolín. Luego resultó que no. Ya me parecía a mí raro que no soltase el aparato durante la siguiente media hora.
Algunos de estos sujetos miran a los que aun liamos cigarrillos como con condescendencia. Como haría un viajero del tiempo. Después de ir al futuro y volver, me refiero.
No quiero ni imaginarme lo que pasaría por sus cabezas si me hubiesen visto el jueves. Era mi último día en el piso que venía compartiendo y quería celebrarlo. Me había llevado ya mis cosas y por la ventana del salón entraba el sol. ¿Qué hice? Fumarme un puro. No entero, estaba seco como la paja, vino directamente de La Habana hace un año. Pero sí lo suficiente para quedarme con el sabor y tirarme unos cuantos selfies. Luego lo dejé morir en mi cenicero habitual y allí se quedaron ambos.
Digan ustedes si los selfies hubiesen salido mejor con un vaporizador en la mano que con el puraco.

Espirometrías a diestro y siniestro
01/04/2018
Actualizado a
16/09/2019
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