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La esperanza no es obscena

02/12/2023
 Actualizado a 02/12/2023
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Una vez le escuché decir a una indígena de cerca de mi pueblo algo así como «lo que faltaba, que encima vinieran  esos para no poder estar tranquilos». El comentario vino a raíz de enterarse de que  iba a llegar una familia extranjera huyendo de un país en guerra. 

En otra ocasión, durante la última campaña electoral, un noble patricio rural, se negaba a reclamar una  correcta señalización para un bosque que sería un buen reclamo turístico : «deja, que luego vienen a pisarlo todo», bramaba contrariado. 

Ambos, argumentaban  con ese aire  intolerante que retumba, como el eco, contra la nada,  desde las entrañas de la España más vaciada. Vacía de ideas,  de ilusiones,  y de tolerancia,  porque habla desde la necedad  del que pretende convencerse y convencernos de  que «más vale estar solo que mal acompañado». 

He recordado el episodio tras disfrutar de la que quizás sea la última película de Ken Loach que a sus ochenta y siete años, nos ha regalado  un alegato en favor de la cara más amable del ser humano. 

Relata  lo que  sucede en un antiguo pueblo minero situado en el condado de Durham,  al noroeste de Inglaterra,  donde sus vecinos andan revolucionados por  la llegada de un grupo de familias refugiadas sirias.  Como punto de reunión acuden a  un pub llamado ‘the old oak’, el viejo roble, que da nombre al título de la película, regentado por TJ, un bonachón minero retirado,  que apenas recauda para cubrir los gastos, pero que desborda generosidad y empatía. Allí acuden las fuerzas vivas del pueblo pertenecientes  una clase obrera desahuciada. Viejos y viejas  nostálgicos que añoran  los tiempos pasados y miran con recelo a los recién llegados. En los mentideros del bar se fragua un contubernio para meter en problemas a la comunidad musulmana. 

 El  pueblo se polariza entre los que prestan asistencia  a los recién llegados que huyen de la guerra y los que se inquietan  porque la llegada de los extranjeros supondrá una bajada de los alquileres y un reparto de los recursos. 

Entre los sirios se singulariza Yara, una joven fotógrafa, perteneciente a una familia cuyo padre está en la cárcel por motivos políticos.  La cámara de Yara recogerá los testimonios gráficos de todo lo que acontece convirtiéndose en el hilo conductor del relato.

Sentada en el banco de la hermosa catedral del condado, y con un evocador coro de voces blancas de fondo,  Yara reflexiona, tras sufrir desprecios por su condición de extranjera, de esta forma : «una amiga mía dice que la esperanza es obscena, pero sin ella creo que mi corazón dejaría de latir».

Esperanza, pues para que el corazón siga latiendo, especialmente el del pueblo minero, a dos días de la celebración de nuestra patrona, ‘Santa Bárbara’.

 

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