03/05/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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Abril se fue y a punto estuvo de librarse de su mala fama. Sólo por unos días reincidió en su delito y volvió a ser maldito, merecidamente. Abril es el mes más cruel. Sentenció Thomas S. Eliot en su Tierra Baldía. Abril es el mes más cruel por ser el mes del renacer, porque es tiempo de esperanza: “engendra lilas de la tierra muerta, mezcla recuerdos y anhelos, despierta inertes raíces con lluvias primaverales”.

La vida renace después de los flagelos del invierno. En Abril, vuelven a brotar las flores de la tierra olvidada, corre nueva la sabia por los adormecidos troncos de los árboles, las hojas revientan en botones y se abren los huevos de los pajarillos en los nidos. Los brotes son promesas de frutos y en el aire, junto con el polen que comienzan a trasportar en sus patitas las abejas, flota la alegría de la miel, las ansias de reproducción, el vertiginoso derroche de vivir sin ahorrar energía ni color. Abril es la felicidad de las semillas cumplidas.

Abril, mes de esperanzas, mes cruel. La esperanza, tan humana, es la disposición de ánimo del volatinero que sueña con cruzar la cuerda floja sin caerse ni romper los platos con los que hace el equilibrio. “Esperanza, araña negra del atardecer”. Es humano esperar porque no tenemos en la mano todas las canicas, no conocemos los números secretos de la física ni del azar. Y por eso, porque nos falta lo real para completar lo que ponemos de deseo, es terrible esperar.

Esperar, en ocasiones, como ésta vez, para nada. No esperemos mermeladas este año ni cánticos con vino ni tortas de maízni esperemos que el lúpulo de sabor a la cerveza. Este año no. La helada pasó como una bruja mala sobrevolando los nogales y los abrasó. Abril, cruel, ha denigrado las hojas de los árboles y ha condenado a muerte lo que quiso ser fruta. Ahora, cuelgan de las ramas como cuerpos de ahorcados, pendulantes, flácidos, avergonzados si tuvieran vida. Se hiela el corazón ante el macabro espectáculo. Dos vuelos rasos le bastaron a Abril, guerra relámpago, para exterminar con un frío ciego y repentino, todo aquello que seguía el instinto y se alzaba hacia la vida. Congela el ánimo, sí, pero el año que viene volveremos a sembrar con esperanza. Así es la vida: cruel y fascinante.
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