Es cierto que, como me dicen algunos colegas, ya empieza a ser reiterativo subrayar las tonterías de Trump, más que nada porque sus desbarres ya se han convertido en una costumbre cotidiana. Por un lado, sirve para hacer propaganda de cuanto dice, aunque sea a menudo ridículo, y por otra no ayuda en nada a la peligrosa coyuntura internacional. Más bien lo contrario.
Trump está muy necesitado de titulares y micrófonos, aunque no soporte a gran parte de la prensa de su país. Ya dijo que él odia a sus oponentes, o algo parecido, seguramente porque lo cree de verdad. Como buen intolerante no soporta que le lleven la contraria, pero a estas alturas ya no es una cuestión de que la gente razonable esté en contra de sus pensamientos ultra, excluyentes, deshumanizantes, sino que simplemente uno siente ya vergüenza ajena por lo que hace. El emperador (pienso que le gustaría serlo, como también papa: recuerden aquella imagen generada por IA) va desnudo, sin saberlo, como el del cuento tradicional. Y lo grave es que, también como en el cuento, no hay nadie que se atreva a decírselo. Imagino que el paso del tiempo y la realidad implacable se lo irá demostrando, pero los narcisos y los arrogantes no suelen aceptar la verdad.
Ya vieron la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde una vez más quedaron retratados los que defienden esta nueva forma de hacer política: agresiva, irascible, atrabiliaria, necia, en una palabra. Asistimos a un grave deterioro de la libertad por culpa de todos estos líderes que pretenden carcomer la democracia y se empecinan en ello cada día. Como decimos siempre, Europa tiene que empezar a actuar, porque ya está bien de soportar este matonismo, este bullying, esta falta de respeto por el derecho internacional. Pero las cosas en Europa no van tan bien como quisiéramos.
No sólo Trump pronunció en la ONU un discurso sonrojante, algo con lo que ya contábamos, sino que lo hizo con ese regusto propio de la arrogancia, que consiste en llevar la contraria a la razón (y a la mayoría de la Asamblea, por cierto), sólo porque él cree que su opinión vale más. No es así, claro, y ya va resultando preocupante que un país dirigido como si fuera un cortijo de su propiedad, o poco menos, tenga derecho de veto en una organización global y democrática. Y no es el único, faltaría más.
Ya hemos dicho que Trump, con su actitud y sus contradicciones, con su política pueril, no sólo pone en peligro a todo el planeta (sin conseguir prácticamente nada de lo que se propone, aunque aquí las culpas están más repartidas: no son sólo suyas), sino que, de manera especial, pone en peligro a su propio país, a una gran parte de sus ciudadanos, y no sólo los inmigrantes. La perplejidad no deja de aumentar en los Estados Unidos, y lo hace cada día. Cada hora. Salvo los fervientes acólitos, que aprobarían cualquier disparate que dijera (lo hacen con cierta euforia, de hecho), la opinión pública mejor informada (esa que por lo visto el magnate no soporta) se lleva las manos a la cabeza ante lo que hace, ante lo que no hace y ante lo que dice. Es Trump y sus valedores, no exactamente Estados Unidos. Creo que se trata de un grave caso de antipatriotismo, como suele ocurrir con todas las ideas ultras y excluyentes, que son antipatrióticas, vengan de donde vengan. Lo que hace Trump invade ya las políticas de otros países, y, por supuesto, el nuestro. La ignorancia es atrevida y la demagogia a veces no conoce fronteras. Por eso es muy importante saber lo que puede dañar irreversiblemente la libertad y la democracia. Trump parece un niño pequeño jugando con sus cositas, pero esto no es un juego.
En fin, ya vieron la Asamblea General. Ahora pienso que la ONU, denostada por los nuevos bravucones mundiales, tiene mucho sentido y sigue siendo muy importante. No posee mucho margen de maniobra (por los vetos), eso es cierto, es insultada y arrastrada a menudo ante la opinión pública con aviesa intención, pero lo que no puede ser negado es que, como hemos visto estos días, si sirve para una cosa: para dejar retratados a los que están destrozando la convivencia, provocando o apoyando guerras y matanzas o, en suma, demoliendo los principios de la democracia. Sólo por esto, la ONU tiene un gran valor. Porque coloca frente al escaparate global a los liderazgos actuales y nos permite diferenciar muy bien unos de otros.
Así que honor a la ONU, por lo que hemos visto. Y honor a España, que estos días ha señalado el camino en muchas cosas, que ha mantenido una postura que defiende el humanitarismo y, simplemente, la razón, y lo hace en un mundo de locos. Todo esto debe ser reconocido. Ir en contra de lo obvio va en contra de la buena política. Y los ciudadanos, en su mayoría, lo saben. Por eso resulta complejo comprender a aquellos que se niegan a llamar a las cosas por su nombre, o aceptar aquello que cualquiera con dos dedos de frente puede ver y escuchar. No se entiende, si uno, por ejemplo, piensa en las encuestas del Real Instituto Elcano sobre lo que sucede en Gaza, o sobre las acciones delirantes de Trump. La ONU también ha puesto todo esto de relieve en las sesiones de esta Asamblea General, y de nada sirve negarlo o ignorarlo. Es más, aunque sólo sea por intereses electorales, ponerse de perfil en estos asuntos, no digo ya negarlos, resultará dañino para los que hacen, sea por llevar la contraria o por intereses de cualquier tipo. Así que, sin la menor duda, no hay otro camino decente que no sea el apoyo decidido del mundo libre, de las democracias, de la libertad, porque la exclusión, el autoritarismo, la utilización de la venganza contra los oponentes, la siembra de la discordia y del odio, o la indiferencia ante la guerra, es precisamente estar en el lado equivocado de la Historia. Honor a la ONU, que sí ha servido de espejo global: todo ha quedado bien reflejado.
Ha sido sintomático, casi metafórico, que Trump protestara por el mal funcionamiento de una escalera mecánica y del teleprompter en su comparecencia de Naciones Unidas. No necesita Trump un teleprompter, después de todo, para decir lo que dice. Se sabe su monólogo de memoria. Y si no fuera a menudo trágico, tendría un pase en la comedia. Pero siempre le han preocupado estas cosas, como la ropa que vestía Zelenski. Es ridículo, si no supiéramos de sobra con los bueyes que tenemos que arar.
Mientras utilizaba la sede de la ONU para hablar mal dentro de ella, algo que se daba por hecho, la batalla judicial contra sus presuntos oponentes, como Comey, ex del FBI, ya ha comenzado. Y Kimmel, el verdadero cómico, fue restaurado en la parrilla de la ABC, después de haber sido censurado. Alguien le vio las orejas al lobo. Al lobo de la audiencia, creo.