Existe un pueblo indígena en los Andes que cuenta con una concepción del tiempo, sobre todo en el aspecto espacial, que es del todo contraria a la que tenemos asumida en Occidente. Para los aimaras, el pasado es aquello que se encuentra delante, frente a nuestras narices, y el futuro siempre se halla detrás, motivo por el cual no podemos verlo. Es decir, que hoy, 31 de diciembre, día por excelencia de los balances, sería el momento de mirar hacia adelante y no de echar la vista atrás.
En realidad, el planteamiento de esta cultura andina es de lo más acertado. La visión aimara se basa en que el porvenir siempre se sitúa detrás nuestro, como la más insistente de las sombras, y esto imposibilita que podamos verlo por mucho que nos esforcemos en darnos la vuelta. Sus movimientos son, por definición, más rápidos. El futuro acecha a nuestras espaldas, quién sabe si como ángel de la guarda o como el más traicionero de los demonios, y nos sorprende con golpes de dicha o desgracia que no vemos venir. Por el contrario, el pasado se sitúa delante porque ya es conocido y se puede contemplar cuando nos venga en gana para rectificar, aprender o, más sencillo, recordar. Como a un cuadro, ya sea bello como ningún otro o se encuentre repleto de borrones. Mejor aún, como a un espejo.
A pesar de la certidumbre que nos aporta el pasado, lo que tenemos de frente y a nuestra disposición, casi nadie sabe cómo mirar este espejo… y es el único que, con su reflejo, y esta es mi humilde aportación a esta visión precolombina del tiempo, permite intuir algo de ese futuro que tenemos por detrás. En 2026 y en los años que vendrán. Así, el 2025 que queda desde hoy, por primera vez y para siempre, frente a nosotros se convierte en nuestra mejor baza para ser un poco más hábiles a la hora de tomar decisiones, de encarar ese imposible de la raza humana que es enfrentarse a la incertidumbre del porvenir.
El 2025 que ahora se muestra por completo nos ayuda a saber a quiénes juntarnos, qué comportamientos nos hacen más virtuosos, por qué abandonar nuestros vicios… Dónde volver, cuándo abrazar. Lo que suma y lo que resta, la fuerza de todo perdón, el inmenso absurdo de esos dos impostores a los que llamamos éxito y fracaso. Por enseñarnos, el año que termina nos deja claro hasta a los que no hay que votar en las próximas elecciones. Es la experiencia, a base de mimos en el sofá o de hostias a mano abierta, esas palabras huecas que hoy se repiten en tantas publicaciones de redes sociales y que solo cobran sentido cuando de verdad se asumen en el interior de cada cual: crecimiento, decepción, aprendizaje…
Tal vez, como haría un buen aimara, en vez de escribir una lista de buenos propósitos para los próximos doce meses, hoy debamos cambiar la dirección del trazo y redactar algunos de los logros, frustraciones y vivencias varias del año que dejamos atrás. Perdón. Del año que, al fin, tenemos delante.
A ti, que lees estas letras, feliz año nuevo. Que las espaldas del tiempo, que todavía son nuestras, traigan convivencia, salud y mucho amor.