Salía a caminar hace unos días por la ribera de mi ciudad y me fue inevitable fijarme en varios corredores que llevaban un objeto en la mano. O debería decir, el objeto llevaba a varios humanos sujetos a su ley de algoritmo y dependencia informativa.
Como habrán podido imaginar, ese objeto es el teléfono móvil. Y mientras seguía caminando me abordaban varias preguntas filosóficas sobre la relación que mantenemos los primates con los dispositivos móviles.
Quiero imaginar que desde el paleolítico el ser humano ha tenido determinados y útiles objetos que conformaban su vida más instantánea. El cuchillo de sílex para defenderse y cortar carne, la fardela de piel para recolectar alimentos, la cantimplora de tripa animal para portar agua… Supongo que serían objetos imprescindibles en cualquier salida de nuestros antepasados menos sofisticados en alta tecnología. Al igual que un capitán de barco del siglo XVIII llevaría su sextante a todos los mares, o una enfermera de la segunda guerra mundial sus botes de morfina y torniquetes.
Y es que somos seres que venimos tan desnudos y desprovistos al mundo, que pronto necesitamos tener, palpar y usar objetos. Nos aferramos a ellos buscando solventar necesidades vitales o protección pero también por puro placer.
El biberón, los chupetes y los juguetes son los primeros objetos de deseo que tenemos la mayoría de los humanos que habitamos la Europa fuera de conflicto. Comenzarán luego las etapas de ‘lucha contra el aburrimiento’. Algo difícil, puesto que todo nos cansa, incluido el apacible silencio, y nada llega a estimularnos más allá de unos meses, momento en el que nos hartamos y dejamos ‘apartado’ al objeto en algún cajón.
Vivimos en Occidente fuera de las reglas de supervivencia que aún imperan en otros lugares del mundo. Desarrollamos nuestra vida en una constante carrera de búsqueda de experiencias y estímulos con las que intentamos reemplazar el tiempo que resultaba de trabajar la tierra, pescar, cazar o buscar refugio.
Pero desde hace unas pocas décadas, los dispositivos móviles han desencadenado una sustitución de todo objeto conocido sin precedentes en los humanos.
Comienzan ya nuestros hijos a interactuar con los móviles desde muy temprana edad, ¿cuatro, cinco años?, mediante juegos, llamadas a familiares o música. Años más tarde, la interacción es ya permanente y constante. Será una parte más de la fisonomía humana: un brazo, una pierna, una oreja… un móvil.
Hemos llegado a tal punto que somos incapaces de salir de casa sin el móvil. De hacer una ruta de senderismo o visitar algún lugar sin estar constantemente haciendo fotos compulsivamente. ¿Qué inevitable fuerza nos impulsa a los humanos del siglo XXI a tener que retratar frenéticamente todo a través de esa pantalla que nos impide usar la vista si no es a través de ella?.
Somos incapaces de vivir sin la pantalla azul sobre nuestros ojos, en otro tiempo conquistadores de horizontes, montañas y océanos.
La miramos a irnos a dormir (o intentar dormir tras los devastadores efectos que estas pantallas tienen sobre nuestro cerebro). La miramos cuando nos despertamos. Trabajamos con ellas. Tomamos el café a su lado. Y cuando nos vamos a divertir o hacer deporte, estamos a obligados a llevarlas con nosotros para poder tener un registro instantáneo de la distancia recorrida o la repercusión social obtenida.
Ahora la IA, tan útil para campos como la medicina, también viene a reforzar la asiduidad con la que consultamos el móvil. Ya no sabemos ni hablar ni escribir, sin consultar antes a la IA, que nos dice lo que hay que decir y nos aporta información precisa y al instante para que no tengamos que pensar ni un segundo. Si: NO PENSAR. Estamos probablemente siendo conducidos hacia un futuro en el que el uso de nuestras neuronas quedará como algo anecdótico. Lo gracioso es que será ese ‘torrente informativo constante’ el que nos acabará por esclavizar y hacernos menos genuinos, menos humanos, menos animales.
Me temo que la pregunta que hacía Marti a Doc en 1985 ya tiene respuesta:
Un momento Doc, ¿Qué nos ocurre en el futuro?¿Nos volvemos gilipollas o algo parecido?