Resulta que esto del periodismo va en buena parte de dar un paso atrás para observar el mundo como a través de una pantalla. Ese paso atrás es un refugio cuidadoso que permite la visión panorámica de los hechos y de sus protagonistas. La realidad desapercibida se percibe entonces alumbrando detalles, gestos, nimiedades que acostumbran a suceder imperceptibles un paso adelante, pero que, aquí detrás, se aprecian como algo tangible.
Me sucedió hará cosa de un año. Pusimos rumbo a Santa Colomba de Curueño para presenciar una moción de censura de la que apenas sabía nada. Era la primera vez que me tocaba embarrarme en el terreno fangoso de la política –da igual la escala– y allí aprendí a dar un paso atrás. Desde la distancia se veía todo con una claridad pasmosa. Las miradas huidizas entre miembros de un Ayuntamiento. Los silencios cómplices entre sus detractores. Los comentarios acalorados de una señora añosa desde las butacas. La respuesta vehemente de una joven encendida, sentada en la fila perpendicular. La tensión, que podía cortarse con un cuchillo, pero jamonero, por lo densa. La pregunta que se me planteó con lucidez, cobijada en el fondo de la oportuna sala de la Casa Consistorial: ¿es que hay algo que consiga alterarnos más que el que nos quieran quitar la razón?
Un año después, más o menos, el mundo sigue siendo un teatro y resulta que lo del periodismo se le puede aplicar a la vida y disfrutar, más que de observar si la fumata es negra o blanca, de observar a quienes la observan. Como estando entre las bambalinas de las bambalinas, lo interesante subyace de interpretar las reacciones de quienes interpretan la votación que, por obra y gracia de Dios, ejecutan unos cardenales con los que –dicen– tiene línea directa. Quizá es que la función es una de fantasía.
¡Y mira que es taquillera¡ Y tan larga que se hace aburrida. Mi abuela lo resume en una sencilla frase que me parece de una genialidad suprema.
– Yo ya estoy... –suspiro tenue, suave.– ¡Me estoy papando to’ la papada!
Por muy creyente que sea, creo que en el fondo ya no puede más. Así que le digo que se venga conmigo al fondo del teatro, entre las bambalinas de las bambalinas. Y ella, sonriente, acepta sin rechistar.