Se ha muerto Enrique Hermida. Sin ceremonias, como le gustaba, sin figurar. No sé si le recordarán muchos leoneses; cuando uno hace su trabajo y después recoge en silencio y se marcha sin esperar cumplidos todos olvidamos. Tal vez demasiado pronto.
Enrique Hermida, gallego-leonés, formado en aquel Movimiento, como tantos de su generación, y profesor de gimnasia, fue Jefe del Servicio de Cultura de la Junta en León en los noventa y principios de este siglo. Eran tiempos de empezar muchas cosas y él hizo lo que pudo y supo por empezarlas bien. Con esa discreción, lealtad y empeño que muchos consideramos signo de honestidad y, me temo, de otros tiempos.
Tampoco aquellos años eran dados a dejar huella digital -¿qué era eso?- por lo que apenas hay referencias suyas en ese revoltijo. Ya lo decía: “me gustaría morirme sin saber de ordenadores”. Quizás suene a cuñado, pero Enrique, si lo fue alguna vez (de eso no libramos ninguno), enseguida recogía velas y no le incomodaba disculparse, dejarse convencer, defender una opinión ajena porque la creía mejor. Y aunque siempre ha sido época de correr de una rueda de prensa a otra, de una foto de periódico a otra, no le encontrarán en ese circo; Enrique se disgustaba con eso, había que trabajar, decía.
Tenía fama Enrique de dar voces, su tenor algo intimidatorio de entrenador resonaba cada vez que un inconveniente, incluso pequeño, se cruzaba. Era conocida esa, su versión menos afable. Pero era fachada. Quienes trabajamos con él supimos enseguida que era una gran persona, se comportaba con naturalidad y sin alarde como un buen jefe: discutía con sus subordinados en privado y los defendía en público, incluso se la jugaba por ellos poniendo por encima un dictamen técnico de cualquier veleidad política. Decente en silencio y comedido a voces. Los tiempos cambian. Buen viaje, Enrique.