Dice la hemeroteca que Cinema Paradiso, esa oda magistral de amor al cine, fue la última película en proyectarse en el Teatro Emperador antes de su cierre al público. Un teatro que en los últimos años fue más sala de cine que otra cosa, pero que llegó a vivir una época dorada en la que pasaron por allí los grandes de las tablas de entonces. Los Larrañaga, los que hacían Estudio 1, los que nuestros padres admiraban y que hoy ya hemos olvidado. Como muchos leoneses han olvidado, algunos porque ni siquiera llegaron a pisar sus alfombras antes de que empezaran a acumular polvo en 2006, esa fábrica de sueños que podría volver a ser el mayor teatro de la ciudad de León. Un ministro de Cultura de Sumar, tras años y años de gobierno de populares y socialistas, promete ahora que volverá a alzarse renovado como enseña cultural de esta ciudad.
El Emperador, ese edificio abandonado y encajonado entre Independencia y Santa Nonia, a cuyas puertas hoy se acumulan los coches mal aparcados y que lleva dos décadas siendo una eterna promesa, un sueño. Algunos hemos paseado durante años como espantapájaros sin cerebro creyendo que un día renacería de sus cenizas, de sus butacas oxidadas, de sus telones apolillados, para darle a León su particular Broadway. Ahora, tras tanto esperar, quizá recibo la noticia con tímida alegría porque León contará con un espacio cultural nuevo que podría rivalizar, sin fecha concreta, con el Auditorio concebido para la música en el que se representan todo tipo de eventos. Sin embargo, todo optimismo se diluye en mi alma marcada por tanto musical mamado ya, al darme cuenta de que se va a quedar en 850 butacas. Qué ironía, hablamos de un Emperador que defrauda como el Mago de Oz.
Como en Wicked, ese grandísimo libreto que reescribe el universo de Dorothy para mostrarnos lo que no siempre se ve con los ojos, en León algunos vivimos entre bambalinas intentando entender por qué una ciudad con ambición cultural –que la tiene, de eso no hay duda– se conforma con engranajes sin magia de verdad. Si en Wicked descubren que el poder está en ellas y no en un mago impostado, quizá aquí deberíamos asumir que la capacidad de convertirse en referencia cultural depende de una buena infraestructura. Porque quiero creer que público hay. Pero hacen falta grandes espacios para atraer grandes sueños. Y el proyecto del Emperador plantea muchas dudas. ¿Quién se hará cargo del mismo? ¿Qué propuestas serán capaz de atraer que rivalicen realmente con lo que ya ofrece el Auditorio? Debemos asumir cuanto antes que no habrá grandes producciones en León con el Emperador abierto, que será difícil que, ya no un musical, sino cualquier ballet de renombre o un teatro que llene las 1.141 butacas del Calderón de Valladolid quiera luego continuar la gira en una ciudad que le ofrece 850 entradas como máximo por función. Hablan de las nuevas normativas de aforo, de que el gallinero se eliminará porque tenía tan mala visibilidad que ya no se vendía... Pero es más un problema de base del propio espacio. Al menos, me consuela que no será un gimnasio.