Una vez tuve una vecina que, para bajar la bolsa de basura a la calle, por la tarde/noche, se arreglaba. Y cuando digo que se arreglaba me refiero a que se quitaba la ropa de estar en casa, que ya de por si era monísima, se vestía con ropa de calle, se peinaba y se daba un toque de colonia aquí y allá. Me la encontraba sobre todo cuando yo trabajaba de tarde y llegaba a casa sobre las diez: o volvía del contenedor, o salía del ascensor y me pedía que la esperara para subir juntas, porque tardaba, según ella, menos de un segundo. Vivíamos ambas en el 5º, puerta con puerta. Y de la que subíamos me contaba la monumental fiesta que estaba organizando para la comunión de su hijo, o el viaje del que acababa de venir o al que se iba a ir, o que estaba sin coche porque en el concesionario no tenían precisamente el color que ella quería y tenía que espera… no sé cuántos días «¡qué contrariedad! ¿y que todo es así en este país?» rezongaba entre dientes, pero lo mejor de todo esto es que era capaz de contármelo en tiempo récord mientras daba vueltas a su anillo de 24 kilates con incrustaciones de diamantes, como si el dedo fuera un tornillo y este una tuerca, en una especie de tick que acompañaba a la cantidad y la calidad de lo que tenía que contar. Pura magia. A los tres años de arribar a mi bloque llegaron un día los de las mudanzas, vaciaron todo lo suyo y nunca más la volví a ver.
Si a mí, tiempo después, alguien me hubiese preguntado por aquella persona que vivió en el piso aledaño al mío durante tres años y tengo que ser fiel a la VERDAD tendría que decir que no tengo ni idea de quién era, es más, tendría que decir que ni siquiera me molesté en comprobar que se llamaba como me había dicho, ni que esos dos niños que veía con ella eran sus hijos, ni que aquel hombre de aspecto de buen deportista y muy mal carácter era su marido. Nada de nada, ni un dato contrastado. Pero también podría decir, si me dejo llevar por aquellos días, que era una persona bien vestida, que le gustaba muchísimo hablar de sí misma, bien viajada, bien motorizada, muy bien enjoyada, de lo que se desprende que tendría que tener una buena fuente de ingresos o lo que es lo mismo un trabajo cualificado que a su vez implicaría una buena educación y preparación… y la autoestima de un tramoyista. También podría no acordarme de ella, seres de poca luz, que pasó a mi lado sumada a la brisa de las brisas: una vecina más. O también podría decir mi opinión, aquello que me dictaba el corazón, sin más fin que identificar lo que hay delante, cada vez que cerraba la puerta de mi piso y la dejaba a ella hurgando con su llave en la cerradura del suyo, y eso era que me daba una tristeza tremenda verla atrapada en esa ristra interminable de créditos personales que se traducen en coches, comuniones, vacaciones… arder cada mes en el infierno de los plazos, verla tragar con la rueda de molino de que me das cinco para comprar algo que vale tres y te devuelvo once y encima y ¡nunca jamás me preguntaré a dónde han ido ha para los seis que sobran! (creo que esto último es lo más canalla de todo). Ojo con este juego macabro, aunque muy respetable porque cada uno de nosotros jugamos a lo que nos da la gana, pero no hay que engañarse: ‘Walk on the Wild Side’, como Holly, ni más ni menos.
Estábamos sentadas, al amor del caer de la tarde, mi amiga Eme y yo en la terraza de los Álamos, en la calle El Carmen, libando un Albarín rico rico. Era viernes y el verano empezaba a trazarse en el horizonte, que si un aroma por aquí, que si una brisa por allá. Hay que hacer planes para las vacaciones, me dice, ¿ya has pedido un microcrédito para irte de vacaciones a tu pueblo? Por supuesto me hace reír una vez más. Pues es que no hago más que entrar en la pagina web del banco a ver cuándo lanzan este producto, le contesto, pero no hay manera chica, lo que sí veo es que en cualquier momento sacan un micro crédito para ayudarte con el alquiler de la vivienda, he leído las condiciones así por encima y parece ser que la única condición que ponen es que no sea tuya. Eme se ríe ha mandíbula batiente y eso me da ocasión de verla la dentadura: Eme te falta una pieza, le digo con todo el dolor de mi corazón, qué ha pasado. Que la edad no perdona, pero no te preocupes los de la clínica dental ya han puesto en marcha todo para un microcrédito de dentadura, pagaré un implante en cómodos plazos… Te han pillado Eme. Lo sé. Habrá que celebrarlo. No queda otra.