02/09/2015
 Actualizado a 18/09/2019
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Lenina y Bernard Marx vivían en ese mundo feliz que se inventó Aldous Huxley para revolucionar las conciencias de sus millones de lectores, para empujar a la sociedad a cuestionarse si la tecnología puede suplantar las sensaciones y los sentimientos y, por qué no, para fantasear con la dependencia del soma, que aquí cada uno le puede llamar como quiera. Yo antes pensaba que era el rock, pero después de este verano de tanta gozadera dudo hasta de mí, así que más me convendría que fuera la lectura, que es más sana si se evitan los best sellers y si se eligen buenas consejeras. Esa especie de droga con la que todos sobrellevaban la realidad como si no hubiera nunca ningún problema es lo que a más de uno le hubiera gustado tener hace tiempo en algunas instituciones públicas de esta provincia.

Porque hasta hace pocos meses en lugares como el Palacio de los Guzmanes todo era más parecido a ‘1984’ que a otra cosa. No habías cerrado la puerta de la escalera y ya te estaban preguntando a dónde ibas y por qué. Supongo que cada uno se inventaba su realidad paralela, su soma y su salvaje, sus protestas internas y externas. Pero esto se acabó. Porque un paseo por la Diputación ahora mismo permite descubrir que han llegado tiempos diferentes, en los que ya no hay miedo e incluso se pueden disfrutar los arcones milenarios que hay en los pasillos.

Quizá es que el libro de Huxley lo compré en Tarifa y con tanto viento se me fue un poco la cabeza, pero el caso es que desde entonces busco el soma de cada persona para entender lo que suscita sus reacciones. Quizá también el final del verano me tiene un poco trastocado, pero el caso es que veo que algunos cambios han sido a mejor. Quién sabe si me durará mucho esa impresión...
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