28/10/2021
 Actualizado a 28/10/2021
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El perro no es perro si no ladra. Sin embargo llamaron perro al robot que grabaron de paseo por León y acabó paseando la mitad de los teléfonos de España. ‘Spot’, el perro robot, tampoco tenía esa adorable mirada de pedir comida y aun así le paraban para hacerle cucamonas. Aquella ilusión distópica del robot de compañía recuerda la extraña facilidad del ser humano para adoptar mascotas. Aunque todavía nos parezca ciencia ficción, la tecnología nos ha provisto en los últimos años de más ejemplos de este curioso fenómeno. Recuerdo los furbys que parecían haber nacido del apareamiento entre un gremlin y un periquito y cómo maté el de mi prima de un susto, porque aquellos engendros binarios pedían protección pero no habían aprendido a asustarse. También hubo tamagotchis que eran rayas en un llavero reclamando comida virtual y que defecaban al tatarabuelo del emoji de la caca. Nunca entendí que pudieran despertar ternura en aquella sociedad digital incipiente sobre todo porque no tenían rostro. Uno puede entender la capacidad humana para llegar a querer cosas con rostro y si no que le pregunten a aquel que se casó con su muñeca de látex, pero resulta más difícil la complicidad con las máquinas que no tienen dónde dejarles caer la mirada.

Eso también le pasa a ‘Slot’, eso y que no mea los árboles. Otra cosa era cuidar granjas en el móvil y poner alarmas para recoger las zanahorias. O suicidar Sims. O avanzar por la calle cual caminante blanco con el teléfono armado confiando en que el Pokemon que nos falta no se pusiera a tiro en mitad de la Avenida de Salamanca. Las mascotas tecnológicas explican más sociología que las universidades. ‘Slot’ alertó a otros perros que le olfatearon los chips y se fueron aterrados creyendo que tenían los días contados como los taquilleros del cine o los teleoperadores. Poco después ladraron aliviados. ‘Slot’ no es una mascota, es bombero porque hasta de nosotros mismos nos rescatarán las máquinas.

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