01/02/2023
 Actualizado a 01/02/2023
Guardar
Cuartos de final de la Copa del Rey. Se le niega la entrada al estadio a todo aficionado del equipo contrario si viste camiseta con los colores de su equipo. Gritos, insultos, amenazas, en la Universidad Complutense donde una pequeña tropa, frente, intenta impedir que entre y reciba una distinción, que hable, la Presidenta de la Comunidad de Madrid. Algeciras, una persona muere asesinada en una iglesia católica, otras son heridas. Todo esto ha sucedido hace unos días en España, un Estado social y democrático de Derecho, según lo define la Constitución. En su artículo 10, la Constitución establece que la dignidad de la persona y los derechos inviolables que le son inherentes son el fundamento del orden político y la paz social.

Aparentemente, el sentido común nos podría llevar a pensar que no es lo mismo prohibir la entrada a un campo de fútbol, que llamar asesina a quien no lo es o asesinar a un sacristán. Y efectivamente, en el Código Penal quedan matizadas estas diferencias. Sin embargo, en mi opinión, se trata sólo de una diferencia de grado y no cualitativa, pues en el origen de todos estos comportamientos alienta la falta de respeto al otro, la concepción del otro no como semejante, ni siquiera como contrario, sino que se le considera enemigo y, finalmente, se atenta contra sus derechos fundamentales –libertad de expresión, libertad de credo y libertad para ser del Atleti– porque la culminación de este proceso de odio es la deshumanización del otro, a quien ya no se le considera persona y por lo tanto ya no es digno de respeto ni de derechos.

No puede llamarse democrática una sociedad que no respeta al otro, de hecho, esta es la esencia sustantiva de una democracia: el respeto al otro. Estos hechos han ocurrido en España. Todos los días, este frentismo, esta animalización de los otros, de los que no son de los nuestros, es instigada, fomentada, animada, jaleada por los ‘responsables’ públicos. Escuchen sus declaraciones, da igual el tema del que hablen. El otro es enemigo, siempre. Se persigue al otro sin remordimiento pero, entre el asesinato y el insulto «asesino» sólo hay diferencia de grado. Como escribía Thomas de Quincey: «Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del señor y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente». Y también viceversa.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
Lo más leído