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El médico del odio

06/02/2021
 Actualizado a 06/02/2021
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¡Doctor!, ¡odio a mi madre!, ¡odio a mi padre!, ¡odio a mi mujer! ¡y a mi gato! Es más puede que hasta me odie a mí mismo y aún no haya sido capaz de percatarme de ello. Muy bien, pero ¿y yo qué tengo que ver en esto? Bueno, doctor, en la puerta he visto su placa, pone que es usted médico del odio ¿no? Me temo que se equivoca caballero, ha leído usted mal. En la puerta pone que soy médico del oído.

Siento la perogrullada, paciente lector, pero es un chiste que contó cierto grupo de alumnos durante una excursión que antaño hicimos a Madrid. Recuerdo que fue Nery el que lo hizo, y de memoria. Le encomié en público la gesta tras comprobar que el resto no sabía ninguno sin consultar su móvil. Internet nos ha vuelto perezoso el intelecto.

Aquel dominicano Nery era deliciosamente ingenuo. En su país pescaba descalzo en lagos límpidos. En paisajes distantes del actual amasijo de casas grises donde vivía ahora.

Un día llegó a la clase un refugiado somalí llamado Ashmeed. Su piel tenía el brillo ébano del sol campante por mañanas trepidantes. En sus ojos se adivinaba el discurrir de jornadas interminables por caminos perdidos. Esgrimía constante despistada sonrisa de orfandad distraída. El pobre, ni una palabra de español sabía. Conseguimos comunicarnos tímidamente cuando escribimos en el encerado las palabras fútbol, gol, Barcelona. Nery me dio la idea durante una clase. Recordé la anécdota al leer en Twitter la noticia de que la Junta de Castilla y León será la primera comunidad autónoma en acoger a veinticinco menores migrantes procedentes de Canarias. He temido las reacciones: «lo que faltaba», «el efecto llamada», «si no tuviéramos poco», «más mangantes que mantener», «seguro que son de los que no se ponen mascarilla», «¿y eso es buena noticia?». Luego, leyendo los comentarios tuiteros corroboro que mis sospechas eran fundadas. Leo alaridos que se ensañan despiadadamente con menores que huyen de la guerra, el hambre y la muerte. Como aquel joven inmigrante ahogado flotando con su brillante expediente académico impermeabilizado cosido primorosamente en el forro de su chaqueta en las costas de Lesbos.

Ashmeed congenió pronto con Nery. Al salir de clase, regresábamos a veces por la misma pradera y les observaba cómplices azuzando a un bote a golpe de puntapié. Hablaban sin decirse nada. A carcajada limpia. Quizás se reconocieran iguales en cielo, juegos y nostalgias. Compartiendo suelo y destino. El envase circular rodaba por el césped al vaivén de las patadonas de los dos rapaces. Aquel delicioso par de ‘tontos del bote’ que jugaban juntos ignorando la fuerza del oleaje de odio que se cernía a su alrededor. Un odio sin vacuna ni médico que sepa curarlo.
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