Podría parecer que entre ‘mala’ y ‘peor’ hay una conjunción copulativa. La misma que entre Castilla y León. También parece que vaya a hablar de macrogranjas o de unas Elecciones Autonómicas que penden sobre nosotros como una maldición bíblica. Pues tampoco, aunque sean los temas semanales, porque en ambos casos, lo que une a las dos palabras no es una conjunción, es una falacia. ¿Da para tanto una sola palabra? Comprobado está. La coma de Monterroso lleva rodando un siglo y una palabra da para reescribir la Biblia y ocupar una semana, si a los medios les interesa. De toda esta historia, hablaré de lo que parece quedar, como siempre, impune: el engaño.
‘La verdad y la mentira’ es una fábula que se atribuye al pintor Jean-Léon Gerôme, quien representó a la Verdad saliendo desnuda de un pozo. La fábula cuenta un encuentro entre la Verdad y la Mentira. La Mentira dijo que hacía un hermoso día, que el lago estaba hermoso y que el agua estaba aún más hermosa. La Verdad comprobó en los tres casos que era cierto lo que decía y confió en ella. Se desnudaron y nadaron juntas hasta que la Mentira salió del agua, se puso la ropa de la Verdad y se fue. La Verdad, incapaz de ponerse la ropa de la Mentira, empezó a caminar desnuda y todos se horrorizaban al verla. Así es como preferimos aceptar la Mentira disfrazada de Verdad y no la Verdad desnuda.
No sé si lo preferimos o simplemente nos resulta más cómodo, pero algo de cierto hay, ante el grado de tolerancia que hemos alcanzado con la mentira, en todas sus versiones. Nos hemos adaptado a vivir en el engaño, nos lo dan tan cocinado y masticado que lo tragamos, sin más, como si ya no fuera posible revelarse contra el atraco de las eléctricas, la corrupción, el robo de la sanidad... Nos hemos entregado a la mentira permanente de los que deberían ser referentes, ya que gestionan el mundo. Una mentira que nunca fue tan preocupante porque nunca estuvo tan normalizada, desde las élites hasta la acera del barrio. Desde el Argumento ad baculum (argumento que apela al bastón) de los poderosos, imponiendo una idea basándose en la fuerza, en la amenaza o en el abuso de la posición que ocupan. Que se lo pregunten a un mucho español, que hablaba catalán en la intimidad y apoyó una guerra en mexicano, basándose en unas armas de destrucción masiva de las que nunca se supo. Es decir: La fuerza es la verdad, aunque sea falsa.
Aunque ya cuesta distinguir política de chisme de barrio, con casos como el vivido estos días, con un método tan antiguo y manido como la llamada ‘Falacia del hombre de paja’. Es la forma de refutar un argumento, aparentemente cierto, partiendo de una base falsa. El acusado no tiene defensa porque quienes se involucran en el enredo, en realidad atacan a un ‘hombre de paja’, fabricado previamente. Esto viene de los monigotes medievales, hechos para entretenimiento militar, donde el monigote era un oponente más fácil de derrotar que la realidad que oculta.
Irrita el espectáculo de políticos convertidos en loros con el bulo aprendido, para después mutar en bufones disfrazados de granjeros correteando por el campo, con corderitos en brazos. Esa imagen, casi burlesca, sí que debería molestar a los ganaderos. Si continúan en su empeño de hacer política a golpe de trampas y en hacer payasadas, habría que plantearse el aplicar la ley de vagos y maleantes en el Congreso. Nunca vimos una clase política tan mediocre, macroexclavos del dinero, defensores de macroparques eólicos, macrohuertos solares, macroeconomía… Que mueran los feos y los pequeños. Y si uno, que no consideren a su nivel, osa sacar la cabeza, olvida las normas y filtra una verdad, a la hoguera con él, no vaya a perjudicar su mundo macro.
Asusta el poder de la falacia, consiguiendo tergiversar las cosas de tal modo que quienes debieran estar agradecidos a un Ministro por defender lo suyo, las pequeñas y medianas explotaciones, acaban interpretando que han sido atacados y solo la voz del comisario europeo de Agricultura, defendiendo lo mismo, le salva de la tormenta. Desespera que los medios de desinformación de un país, cómplices necesarios, dediquen una semana a dar pábulo a un bulo, demostrado ya que lo es. Sólo queda el consuelo de que, a veces, la verdad sale sola del pozo, las cosas se invierten y los que quisieron linchar al hombre de paja en la plaza pública, destaparon un problema que afecta al medio rural (otro) y el tufo de las macrogranjas no sólo apesta en las zonas donde están ubicadas.
Entre los fabricantes de chismes, los que le dieron la espalda y los que se pusieron de lado, sólo vi una persona seria. Una mujer sin rabia, con voz calmada y vestido blanco, declarando lo que todos repiten ahora, cuando se revirtieron las cosas: «Generar dudas es muy perjudicial. Hay que cerrar la polémica». Si antes me atraía la forma de imponer su criterio con firmeza, pero con guante de seda, ahora goza de todo mi respeto, tenga las siglas que tenga. Gracias Yolanda Díaz, por no secundar linchamientos.

El hombre de paja
16/01/2022
Actualizado a
16/01/2022
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