12/06/2018
 Actualizado a 11/09/2019
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El crucifijo es uno de los símbolos más ricos y universales de todos los tiempos. En la vida los símbolos tienen muchísima importancia: el escudo de un equipo de fútbol o los colores de la camiseta, una bandera, un lazo de determinado color… y también un Crucifijo. Lo sabía muy bien Tierno Galván, gran apóstol del agnosticismo, el cual, pese a ello, al tomar posesión de su despacho como alcalde de Madrid, cuando uno de sus colaboradores se adelantó a quitar el crucifijo que estaba sobre la mesa, se opuso rotundamente. Argumentaba el viejo profesor que el Crucifijo es el mejor símbolo de la entrega a los demás y de la lucha por la justicia. Y no le faltaba razón, pues representa a un hombre bueno e inocente condenado a la más terrible de las muertes. Todo un ejemplo de amor y generosidad, que ojalá muchos trataran de imitar.

Distinta ha sido la actitud del nuevo presidente del Gobierno y de sus ministros que, aunque tenían como siempre la opción de jurar o prometer ya sea ante los símbolos de la cruz y de la Biblia o ante la Constitución, han preferido que estos no estuvieran ni siquiera presentes. Anteriormente otros, aunque fueran agnósticos o ateos, nunca rechazaron la presencia de los símbolos religiosos. Reconozcamos que esta ausencia también es un símbolo.

No podemos olvidar que aquellos aspectos más positivos que han caracterizado a Occidente, incluida Europa, se deben fundamentalmente a tres pilares básicos: la filosofía griega, el derecho romano y la doctrina del Evangelio. Todo ello ha formado parte de nuestras mejores señas de identidad. Especialmente en el cristianismo se fundamenta la defensa de la igualdad y dignidad de la persona. Grecia y Roma tenían cosas muy buenas, pero justificaban la esclavitud. La Declaración Universal de los Derechos Humanos y aun los mismos principios de la Revolución Francesa, igualdad, fraternidad y libertad, son deudores de las enseñanzas del crucificado.

Pretender obviar estos importantes símbolos, con indiferencia o desprecio, independientemente de la fe o falta de fe de quien lo hace, es también una manera de abrir la puerta a otros símbolos deseosos de infiltrarse en nuestra sociedad, que tienen no poco que ver con la miseria, la violencia y la negación de los derechos humanos, como en los peores tiempos. Pero, puestos a destruir y eliminar, estamos comprobando que aun la misma Constitución es constantemente objeto de burla y de desprecio por parte de muchos. Y no hablemos de la vaciedad que con frecuencia encierran las palabras ‘conciencia’ y ‘honor’.
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