04/10/2015
 Actualizado a 17/09/2019
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Perdonen si les hablo de cosas sin importancia: tienen el resto del periódico para los grandes asuntos: el Real Madrid, Artur Mas, el crimen de Asumta y el paro. En esta columnita de mis amores, hablamos de jilgueros y pardales picoteando en la higuera.

El caso es que Elena, a quien no conocía, me contactó en Facebook: «Hola, soy berciana y, después de muchos años viviendo en Holanda, acabo de abrir una artesanía textil en Villafranca, me gustaría participar en Bierzo Innova y Emprende».

La emigración siempre me ha merecido respeto: alguien que se ha labrado un futuro lejos trabajando duro y vuelve a casa, a invertir en su pueblo los ahorros de toda una vida, es admirable. Me fui a visitar a Elena, la holandesa errante.

Me miró sonriente y me sacó por la pinta, que decimos:

– Tu cara me suena.

– Pues yo no caigo…

– Nosotros vivíamos en Ponferrada, en la avenida de la Puebla.

Dos preguntas más y cuadramos el sudoku: ¿De qué año eres? –disparó ella, yo no me hubiera atrevido.

– Del 58.

– Yo también.

–¿Instituto Gil y Carrasco?

– Concepcionistas. Pero tenemos que conocernos: yo te he visto antes.

– Lo dudo. En aquella época los niños nunca jugábamos con las niñas. ¿Cómo te apellidas? –pregunté.

– López, no creo que te suene –dijo Elena, y añadió con orgullo–: mi padre era Antonio Pedro López Rodríguez, pero su nombre no te dirá nada.

El corazón me dio un vuelco y miré a Elena emocionado:

– ¿Tú sabes la de cartas que le he llevado yo a tu padre? Era el procurador del mío, Tomás González Cubero. ¿Tú sabes la de cartas que le he llevado? Un sobre diario durante años, mecanografiado en la Olivetti: «D. Antonio Pedro López Rodríguez. Procurador de los Tribunales». Tu padre y el mío se querían y se respetaban.

Si ven a un niño en pantalones cortos corriendo por la avenida de la Puebla, no le entretengan, es el cartero.
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