28/02/2023
 Actualizado a 28/02/2023
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Tenemos muy reciente la celebración de los carnavales. Los chavales se lo pasan a lo grande, y tal vez sus papás, sobre todo las mamás, que con mucha ilusión e imaginación han venido preparando durante varias semanas los disfraces de sus hijos. Otra cosa son carnavales de gente mayor que en algunos lugares de España y del mundo no revisten tanta inocencia. Tal vez muchos olvidan que el carnaval surgió en épocas en las que la gente daba mucha importancia a la religión. Tomaban tan en serio la cuaresma, con sus ayunos y penitencias, que inventaron estas fiestas para divertirse, aprovechando que después vendrían tiempos de austeridad y sacrificio.

Lo más típico de los carnavales son los disfraces. Se trata de ocultar la realidad o de aparentar lo que no se es, aunque sea en plan de guasa o cachondeo. Es también una manera de esconderse, como si a uno le diera vergüenza aparecer tal y como es. Sin embargo, si se tomara en serio la cuaresma con su rito inicial de la imposición de la ceniza, habría que decir que tal vez el carnaval dura todo el año y que lo que realmente ayuda a quitar el disfraz es el tomar conciencia de lo que significa la ceniza: somos polvo y en polvo nos convertiremos. Creyentes y no creyentes no podemos escabullirnos de la llegada de la muerte y la destrucción física. Por eso nuestro porte exterior es mera apariencia, una especie de disfraz que oculta lo más íntimo de la persona, la bondad o la maldad del corazón, o sea, del alma.

Quizá uno de los ámbitos de la vida más carnavalescos es el mundo de la política, sobre todo cuando lo único que cuenta es la apariencia, el postureo, la mentira. Cuando se trata de vender unas apariencias que poco o nada tienen que ver con la realidad. A veces uno tiene la impresión de que las campañas electorales son como una especie de carnaval. Se disfrazan las verdaderas intenciones de aquellos candidatos que, aparentando buscar el bien común, buscan solamente su propio interés personal. Incluso se disfraza la realidad misma, diciendo que está bien lo que está mal, si soy yo quien hace las cosas mal o diciendo que está mal lo que está bien, cuando las cosas buenas las hace el adversario. El buen elector es aquel que es capaz de adivinar qué es lo que se esconde detrás de esa careta.

Siendo como es el carnaval hijo de la cuaresma, no entendemos por qué no se tiene un poco más en cuenta a la madre. ¿Se imaginan lo que sería nuestra sociedad y el mundo entero si se aprovechara la cuaresma para la sincera conversión de cada uno de nosotros?
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