Fui a Saqqara desde El Cairo un caluroso mes de julio. Para entonces ya me había empapado de la hermosura del Nilo y todos los olores y colores de las especias de los mercados. Había comido todo lo que me habían puesto delante sin rechistar (jameiah, dulces de dátiles e higos, fetir, mezze, aceitunas rellenas…). Había visitado unos cuantos templos, a cual más imponente, y las necrópolis de El Valle de los Reyes y El Valle de las Reinas. También los colosos de Memnón y las pirámides de Giza. Y hasta había soportado estoicamente el modo de mirar de los hombres a las mujeres que no son la suya. Fue precisamente en el Museo Egipcio, diseñado por el arquitecto francés Marcel Dourgnon y que recordaré siempre por la acumulación impensable de objetos en vitrinas decimonónicas cerradas con llavecitas seguramente perdidas, cuando decidí que ya no tenía más interés en la cultura funeraria. Tras vencer asomos de claustrofobia tumba tras tumba y escuchar montones de veces cómo se realizaba el proceso de momificación y la interpretación del Libro de los Muertos, el hartazgo era tal, que pasé de largo para siempre ante la sala de las momias reales.
A Saqqara, otra necrópolis, fui un día antes del regreso porque me pudo el deseo de contemplar la pirámide escalonada de Zoser. Y entré en la mastaba de Ti gracias a que un guía me juró que me arrepentiría porque no había visto nada semejante. Fue verdad. Sus relieves pintados al temple me mostraron otro Egipto: el de los quehaceres de quienes pastoreaban gansos, molían el trigo, cazaban, recolectaban papiro. El de los escribas que revisaban las cuentas del pan entregado o los obreros que construían un barco. El del parto de una vaca o el del campesino que pasa un río con un ternero sobre los hombros que, asustado, se vuelve para mirar a su madre.
Desde que han puesto patas arriba las Trinitarias de Madrid buscando el rastro de Cervantes, he recordado una y otra vez aquel viaje. Para celebrar la vida, y la imaginación, del hombre que supo contarnos la historia del bálsamo de Fierabrás. Del que salían tres azumbres con menos de tres reales.

El bálsamo de Fierabrás
22/03/2015
Actualizado a
19/09/2019
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