Mandar, gobernar, dirigir un país, una empresa, una institución… es en principio una actividad muy noble y necesaria, porque «donde no manda nadie todos mandan y donde todos mandan no manda nadie». Si lo analizamos en profundidad, no son incompatibles las teorías que dicen que el poder viene de Dios con las que dicen que viene del pueblo. Nadie puede arrogarse el poder en contra del pueblo, pero las decisiones del pueblo tampoco pueden legitimar nada que vaya contra la ley de Dios. Dicho lo que precede, de todas las formas de gobierno la democracia es la menos mala, sobre todo si, cuando el pueblo se equivoca, tiene la posibilidad de rectificar; cuando es realmente posible la alternancia.
Así, por ejemplo, si alguien llega al poder gracias a las urnas y después manipula todo de tal forma que, aun volviendo a las urnas, en realidad nadie le pueda suplir, nos encontramos con primero con una dictadura encubierta y más tarde con una dictadura descarada, con una tiranía. Este es exactamente el caso de Venezuela y de otros países del mundo en los que el pueblo ha sido engañado y manipulado. El poder deja de ser un servicio al pueblo para convertirse en un bastión para defender egoístamente los propios intereses y los de los apoyos más cercanos. Lo mismo ocurre cuando, aun dentro de las reglas de la democracia, se busca alcanzar el poder a cualquier precio.
Ello contrasta con otras formas de entender la vida que merecen un caluroso reconocimiento por parte de todos. Decimos esto después de haber asistido el pasado dos de febrero, Jornada de la Vida Consagrada, al encuentro en Villafranca del Bierzo de religiosos y religiosas de todas las congregaciones presentes en la diócesis de Astorga. Hombres y mujeres competentes y buenas personas, que han sabido renunciar a aquello por lo que todo el mundo suspira: mandar, poseer, disfrutar a toda cosa, o lo que es lo mismo: a vivir en pobreza, castidad y obediencia, para prestar un impagable servicio al mundo, especialmente a los más débiles y necesitados. Hasta el momento presente, gracias Dios, no han faltado vocaciones a la vida religiosa, pero, en España al menos, el futuro no parece halagüeño, no así en otras partes del mundo. Lo que no cabe duda es que a disminución del número de personas de vida consagrada será una inestimable pérdida para la sociedad. Sobre todo aquellos a quienes se les cae la baba hablando del comunismo y socialismo, el único comunismo auténtico y sincero, aceptable, es el de las comunidades religiosas.

El apego al poder
05/02/2019
Actualizado a
16/09/2019
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