Da la impresión que España siempre ha mirado a Portugal como por encima del hombro. Algo parecido a lo que ha hecho Francia con respecto de España. Los franceses, a diferencia de los españoles, siempre han estado orgullosos de su nación, pero tienen un futuro bastante incierto. Son una bomba de relojería. En cambio Portugal está demostrando actuar con inteligencia. Allí no se pelean entre ellos tirando piedras contra el propio tejado. Algo harán mejor que nosotros, si tenemos en cuenta que muchas industrias se van de España a Portugal, que favorece la inversión extranjera.
No es nuestro objetivo ahora hablar de temas económicos. La razón de estas líneas dedicadas al país vecino está inspirada en la reciente celebración en Lisboa de la Jornada Mundial de la Juventud, que, mal que les pese a algunos, de fuera o de dentro de la Iglesia, ha sido todo un éxito. Personas cercanas que han asistido así nos lo confirman. En estos tiempos de futuro tan incierto para los jóvenes ha sido todo un signo de esperanza que ha de dar grandes frutos. No está todo perdido.
Pero lo que más ha llamado la atención es el comportamiento ejemplar del pueblo portugués con sus dirigentes políticos a la cabeza. Parece inimaginable oír en labios de nuestros políticos españoles declaraciones como las del primer ministro portugués, socialista, Antonio Costa: «La JMJ representa la universalidad de la palabra del Santo Padre, que ha convocado a gente de todo el mundo… Es una palabra universal, dirigida a los católicos, a los creyentes de otras religiones y a los no creyentes». Además de la participación en diversos actos, han puesto al servicio de la JMJ todos los medios públicos de comunicación, sin sectarismos y complejos. Entre tanto en España, además de dar una cobertura raquítica y sesgada, los medios públicos se han dedicado a hablar de los fallos de la Iglesia y de los casos de pederastia, como una forma de contrarrestar el éxito de la Jornada. Aunque, para ejemplo de escandalosa, la cobertura del primer viaje de Juan Pablo II España, tanto por los medios estatales como por los afines al gobierno de aquel momento. Por entonces se publicó más de un libro recogiendo el tratamiento del acontecimiento en los distintos medios. Resulta patético.
Por eso agradecemos a los portugueses la buena educación, el respeto, la acogida sincera y la falta de sectarismo y de complejos anticristianos a la hora de abordar este acontecimiento tan importante. Una buena lección para los españoles.