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Dos tetas, un asesinato y la portada de doña Ana García Obregón

23/08/2023
 Actualizado a 23/08/2023
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Con el cambio climático acechándonos inexorablemente en los últimos atardeceres del deleitable agosto –tengo un primo licenciado en Física que lo niega con rotundidad–, con desfile de tetas anexo –sin sentido, salvo para resucitar lo que estaba prácticamente fenecido– con descuartizamientos varios que hacen que nos embelesemos con algo que nos va ni nos viene, quiero hacer una sesuda reflexión sobre doña Ana García Obregón. He de decirles queridos míos que me atrae su tenacidad, fuerza y belleza. El ser humano es capaz de superar todo tipo de adversidades impuestas o buscadas insensatamente, todas menos la muerte de un hijo. No soy capaz de imaginar el dolor que se permeabiliza en las entrañas de un padre o una madre en el supuesto referido. El amor es el arma más poderosa que existe, que ha existido, que existirá jamás, es aquello que hace avanzar al hombre, que elimina el miedo y la duda, que lo hace crecer y ser. Por lo expuesto doña Ana sirva la definición de lo anterior, que le expongo a continuación, para expresarle mi infinita gratitud por ser una mujer valiente, sin importarle lo que digan o dejen de decir todos aquellos que nos dedicamos con más o menos tino a escribir gilipolleces varias y/o variadas… 
Al principio de los tiempos los Dioses decidieron buscar el sentimiento que iba a dominar al ser que estaban dispuestos a crear… el hombre. Discutieron durante años, durante siglos enteros…, y por fin una mañana, creo que era el mes de agosto, decidieron jugar al escondite con los sentimientos que iban a ser humanos. ¿Pero, quién buscaría y quién sería buscado? Acordose lo siguiente: la locura, que no es un sentimiento propiamente dicho, sería quien contase, quien buscase todos los sentimientos… El último de ellos, el que mejor se escondiese, sería en definitiva el único que sería capaz de subyugarnos. 

Comenzó nuestra aventura la locura llena de dicha, contando al lado del árbol generador de vida un millón de millones. Embriagada por tanto poder, encontró a la pereza, no se había escondido. Escrutó montañas, valles, ríos, mesetas, cabos y golfos… Encontró nuestra amiga a la tristeza, inapetente se había escondido sin esconderse. Siguió su genial búsqueda hasta llegar a la ira, atormentada y pasional; al lado de la ira estaba el miedo, al lado del miedo permanecía mal escondida la hostilidad. Creyéndose que había avanzado encontró sin quererlo a la frustración y la desesperanza… Continuó su vertiginosa carrera y topose de bruces con el odio y la culpa. El odio culpó de ser descubierto a la culpa y la culpa a su vez odió sin remedio y para siempre al odio.

Nuestra pizpireta locura, lozana y anciana a la vez, siguió recorriendo lo que iba a ser nuestra pequeña casa. Escudriño mares, océanos, lagos, ríos e incluso manantiales. Divisó y capturó a los celos…, y risueña descansó por veinte años.

Continuó con su empresa la buscadora de sentimientos humanos. Encontró a la felicidad y al lado de la felicidad estaban escondidas la alegría, la esperanza, la gratitud y la compasión. Por fin, después de todas estas aventuras y magníficas odiseas, le quedaba un único sentimiento por encontrar: el amor. 

Divisó nuestra protagonista en un acantilado un precioso y delicado rosal. La travesía hasta llegar al último confín de la Tierra fue en sí misma la mayor de todas las gestas.

El color rojo de las rosas se desperezaba con el delicado rocío del amanecer, era un torbellino sensual de verdes, rojos, rojos, verdes y agua. La locura bebió lo que estaba sensitivamente olfateando y sin querer empujó al amor que se había escondido entre la maraña de espinas, pétalos y ramas. Quedose ciego el amor debido a las púas clavadas en sus ojos. La locura pidió perdón por tal agravio y le juró que sería su lazarillo para siempre. 

El amor, querida niña, es un inesperado regalo; ahora bien, puede hacer daño igual que un aguijón en el alma. 

El amor y la locura permanecerán entrelazados hasta el final de nuestros días; no hay amor sin locura, no hay locura sin amor…

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