14/08/2023
 Actualizado a 14/08/2023
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Estos días de atrás León se vio invadido por una turba de juventud gozosa que, camino de Portugal, buscaba por la calle Ancha, desde la que ya se divisa la Catedral, la placa en la pared de la Bodega Regia que conmemora el nacimiento allí del fundador del Camino Neocatecumenal, una creencia religiosa amparada por la Iglesia Católica. El tal se llamaba Kiko Argüello y, por eso, a ellos se les conoce por Los Kikos. Y ahora, procedentes de todo el mundo, caminan a encontrarse con el Papa Francisco, argentino él, para participar en las Jornadas de la Juventud en Lisboa.

Paralelamente, continúa el flujo de emigrantes procedentes del África profunda, que atraviesan peligros sin cuento con riesgo de sus vidas hasta llegar a la costa mediterránea y embarcarse en pateras inseguras hacia una Europa que ni los quiere ni los necesita. Pero ¿cómo será la perspectiva que los aguarda en sus países para preferir la aventura de un camino de peligros?
Los primeros han llegado a su destino. Felices y gozosos, han seguido las enseñanza del leonés, que allá por 1960 dijo haber recibido la visita de la Virgen María mostrándole el verdadero camino de la redención divina. Y él, como no podía ser de otra manera. Se dispuso a predicar la buena nueva en los arrabales de Madrid, entre los habitantes de las chabolas, llegando a convencer a miles de católica de todo el mundo y a ser reconocido por el Vaticano como verdadero apóstol.

Entre los segundos, estas mismas fechas hemos conocido una de las mil tragedias. Una familia formada por el padre, Pato; la madre, Fati; y la hija de 6 años de edad, María. Llegados a Túnez, ya en la costa, fueron detenidos y obligados a adentrarse en el desierto entre Túnez y Libia. Separados, hija y madre mueren de sed y son enterradas en la arena. El padre, socorrido en el último momento por la caridad de otros viajeros que le dieron de beber (según él socorrido por Dios mismo) busca la tumba de las dos mujeres de su vida.

El mismo Dios. Y dos caminos. El primero labrado por un visionario pintor leonés, que dejara huella de su arte en la catedral madrileña; el segundo dibujado por la providencia divina en el fragor de las arenas del desierto de la vida. Cual de los dos lleve a las almas a su feliz destino, no somos nadie competentes para decirlo. Son caminos que jamás se cruzan, y que, para quien los recorre, jamás se olvidan.
Otros, tal vez sin fe, seguimos el pensamiento del poeta: ¿Para qué salir de casa para perderlo todo?

 

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