Esta sociedad nuestra en la que vivimos, abandonó hace tiempo a los estoicos para abrazar, como si fuera una virgen, a los epicúreos. No tendríais más que fijaros en la movida que hubo en las tiendas y en las calles de la ciudad los días 4 y 5 de los corrientes: todo dios en las colas, luchando a brazo partido con el vecino de la derecha, por conseguir la colonia, la muñeca o la tableta más novedosa. Parece como si no se llevan a casa todas estas cosas nadie de la familia es feliz: ni los niños, ni los hombres, ni los viejos. El placer como único objetivo de la vida. A ver, como idea, no está mal, no nos engañemos. Pero, como fin..., hombre, no sé yo, porque, normalmente, nos olvidamos de hacernos la última pregunta: ¿a qué precio? Gastar, gastar, gastar, da lo mismo lo que compremos, (vestidos, tecnología, comidas pantagruelicas, bebidas, drogas legales o ilegales), da lo mismo en la forma en que nos hipotequemos, da lo mismo lo que tengamos que sufrir, como si fuera un cólico miserere, en la famosa cuesta de enero y en la menos conocida cuesta de febrero.
Los estoicos decían que la pasión, o el deseo, eran borrascas de ideas que nos alejaban de la hermandad con naturaleza, fin último de la vida de un hombre. Tampoco, dice uno, tenemos que pasarnos siete pueblos para luego dar la vuelta. Tenían razón en lo del dominio de uno mismo. Esta idea también la tienen los budistas y los sintoistas y, seguramente, el brujo desconocido de la última tribu aislada en Papúa Nueva Guinea. Es tan vieja, y tan certera, como el hombre. Lo malo es que casi nadie la consigue llevar a cabo. Pocos, pocos, son los elegidos, los que logran subir un escalón en la escalera que lleva al paraíso.
Por eso, los hombres, seres débiles e indefensos, dejados de la mano de Dios, nos hemos convertido, generación a generación, en seguidores de Epicuro. La verdad es que es más fácil y menos cansado. ¡Ole!, juerga, sexo y rock and roll, con dos y una varita.
Como veis, todos se reduce a los mismo: unos, pocos, pregonan aquello de «por el dolor hacia el placer», y otros, muchos, lo de «por el placer hacía el dolor». Si asumimos que existe Dios, cualquier Dios, no hay que ser escogido, y que éste premia y castiga según los actos y las decisiones que tomamos en la vida, esta sociedad, la actual, va derecha a las calderas de Pedro Botero. Esta sociedad, la actual, de la que uno forma parte, busca el placer. Punto. Si para eso, tienen sus miembros, uno el primero, que estafar, robar, sisar, abusar del débil, matar, violar, ir, en definitiva, en contra de los preceptos del derecho natural, pues se hace y ya está. Lo importante es lograr ser feliz, a cualquier coste, de cualquier forma.
¡Ah!, se me olvidaba: no os preocupéis, seguir buscando el gozo y olvidad las sombras. Dios no existe, murió hace una temporada y no se le ha encontrado sustituto. Salud y anarquía.

Dolores
09/01/2015
Actualizado a
17/09/2019
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