De los muchos aficionados a la música, un servidor está entre los que consideran un escándalo el protagonizado por Israel –y por España– en el Festival de la Canción de Eurovisión celebrado hace unos días en Basilea, cada cual en función de su particular situación e intereses.
Resulta sorprendente e indignante que por el genocidio que está cometiendo Israel en la franja de Gaza –con ya más de 50.000 hombres, mujeres y niños asesinados por los bombardeos y la situación al borde de la muerte de los que permanecen aún con vida– no haya habido sobre Israel apenas movilización para suspender, como castigo, su participación en eventos deportivos ni musicales. Sobre todo, si, comparativamente, tenemos en cuenta a Rusia, a la que por su invasión en Ucrania sí se le ha impedido participar en todo tipo de competiciones internacionales.
La UER (Unión Europea de Radiodifusión) no ha vetado la participación de Israel en el Festival; que, por cierto, no es país europeo. Por otra parte, debido a que RTVE abrió su retrasmisión al Festival pronunciándose sobre lo que está ocurriendo en Gaza («Frente a los derechos humanos, el silencio no es una opción. Paz y justicia para Palestina»), la UER amenazó eliminar a España de la competición musical si volvía a hacer comentarios políticos durante el Festival. Chistón.
Israel se ha movilizado sobremanera, no solo para resguardar su participación en el evento festivalero, sino para conseguir ganarlo. Y lo ha hecho, como factótum, a través de Moroccanoil, una empresa de cosméticos israelí que forma parte de los principales patrocinadores del Festival. La pasta es la pasta. A lo que hay que añadir el hecho conmovedor de inducción al afecto, debido a que la cantante israelí, Yavel Raphael, sobrevivió al exterminio y apresamientos de Hamás en 2023.
Llegado el momento de las votaciones generales por cada uno de los países participantes, Israel contabilizó un resultado bastante modesto, tan solo 60 votos. Pero, llegado el momento final de la votación por televoto (o método realizado telefónicamente), sorprendentemente Israel alcanzó la cifra de 297, la máxima con mucho frente a las demás, superando a Austria en más de cien puntos, país que hasta entonces ocupaba el primer puesto de la clasificación general. Ese televoto otorgó a Austria 178 votos, que, sumados a la gran ventaja de las votaciones anteriores, le daba la victoria final dejando a Israel como segunda.
Lo más curioso ha sido el papel que ha jugado España en las votaciones, la antepenúltima al cabo de todas ellas. En las primeras de cambio, antes del televoto anónimo, la decisión de un jurado de cinco profesionales españoles, compuesto por Mel Omana, Javier Pageo, Javier Llano, Irene Garrido y Anabel Conde, no otorgó ni un solo voto a Israel. Sin embargo, en televoto anónimo final, España concedió a Israel 12 votos, la máxima puntuación. ¿Por qué? Me explico.
La discrepancia absoluta entre la decisión del quinteto español en no dar ni un solo voto a Israel y que en el televoto anónimo España concediese la mayor puntuación, está relacionada, en mi opinión, con la aberrante lucha política que sufrimos entre los Pirineos y Gibraltar. La mayor parte de la oposición al gobierno le insulta permanentemente, haga lo que haga, proponga lo que proponga, dictamine lo que dictamine. Y como Pedro Sánchez ya se había pronunciado por el veto a Israel, la derecha opositora, tanto en grado moderado como ultra, estaba obligada a la réplica, esto es, a encumbrar a Israel lo más posible. Tiene razón Jordi Évole: «La música no amansa a las fieras».