En la ruralidad más rural somos muy de verbenas, mucho, de las antiguas, de las del baile agarrao para lucimiento de las bancadas que miran y con querencia sin disimulo al pasodoble, el tango y el merengue apapichao, que cuando llegó la lambada nos pilló ya con la cadera de titanio y no hay que andar arruinando a la Seguridad Social que si ya nos mandan la consulta solo tres días a la semana como vean que hay derroche nos quitan el viernes, que es cuando aprovechamos además para comer la tapa de chorizo a la salida de la consulta y así, además de no hacerle caso al médico que te quitó el embutido, pues haces pecaos en Semana Santa, que ya sabéis que los viernes son vigilia. Que los médicos podían ser tan razonables como el señor obispo y quitarte el chorizo, por ejemplo, el día 15 de cada mes y en febrero el catorce, que ya se dan a valer prohibiendo algo y no le joden la vida a la gente.
Aunque depende de a quien. Cuando Miguelín ‘el sordo’ fue a ver que le decían los analís que se hizo, los primeros de su vida para celebrar que cumplía ochenta años, el médico se asustó —la verdad es que son muy asustadizos— y se puso muy serio.
- Bueno, lo de la sordera está ahí, siga con el aparato. Pero tiene que dejar el embutido y el vino.
- Osea que nada de chorizo; le dijo el sordo, que sí llevaba enchufado el aparato, una casualidad.
- Exacto. Nada de chorizo, y nada de vino, le repito.
- Osea que tengo que dejar el jamón.
- Y el vino; le volvió a decir mucho más alto todavía.
- No me vocee, que ya le había oído.
- Pues eso, el vino tampoco.
A los dos días le encontró en el bar con una castaña considerable, a las dos de la tarde. «Pero buen hombre, ¿cómo está así?».
- Por su culpa.
- ¿Cómo por mi culpa?
- Por el disgusto. Llevaba toda la vida con el vino, una convivencia sana, 70 años sin problemas, y ahora viene usted a meterse en medio. La pena me ha llevado al coñá...
-
Póngale un vino a este hombre.