Yo solía comentar a mis compañeros directores de instituto de León que «nuestro trabajo es un privilegio de unos pocos afortunados». He dedicado toda mi vida profesional a trabajar en la enseñanza pública y, casi siempre, en la dirección de un instituto. Parto de dos premisas: No era igual un director en los años noventa que ahora en el 2021 y a ser director, como a todo en la vida, se aprende con el tiempo.
Parece que en este momento los vientos van en dirección a reforzar la carrera docente, posiblemente sea necesario profesionalizarla. El director es la pieza clave en la vida de un centro educativo. Estamos en mayo, en el mes en que se deciden las direcciones de los centros educativos para el próximo curso. Ahora cualquiera puede ser director y resulta que casi nadie quiere serlo. Algo raro está pasando. No es de recibo que la mayoría de estas plazas queden desiertas. Es necesario encontrar soluciones a ese problema. El Ministerio de Educación encargó al filósofo José Antonio Marina un Libro Blanco de la Profesión Docente y en su opinión, habría que crear un MIR para directores, un tema que no gusta a los docentes y los sindicatos están en contra porque introduce clases dentro del profesorado y eso, según ellos, no es democrático. La nueva ley educativa (Lomloe) publicada en el Boletín Oficial del Estado y que entró en vigor este año, el 19 de enero, hace la «promesa a los profesores» de que en el plazo de un año se presentará la regulación de una formación inicial y permanente, el acceso a la profesión y el desarrollo de la carrera docente en la que también entraría la función directiva. A ver si los políticos no se olvidan de esta promesa. Por otra parte, también hay que tener en cuenta que es muy difícil llevar la dirección de un instituto sin contar con el apoyo de los compañeros del claustro y sin un equipo totalmente implicado con el programa. El director solo, sin apoyos, e impuesto contra la voluntad de sus compañeros de claustro siempre será un fracaso.
En mi opinión el director debería tener necesariamente estas tres cualidades: «formación, dedicación y vocación». Tiene que conocer toda la normativa e información referente al cargo que ocupa y, consecuentemente, acaso sea práctico un MIR. Los problemas de un centro educativo no tienen horario fijo y por eso la disponibilidad y dedicación de su director ha de ser total, las veinticuatro horas del día y todos los días del año. Y lo más importante, hacerlo porque le gusta y porque está convencido. Sin verdadera vocación, la dirección de un centro escolar puede llegar a ser un suplicio.
Hay otras habilidades que debe aprender a dominar el director de un centro escolar: Predicar con el ejemplo actuando con valentía, ética e imparcialidad. Tener capacidad de empatía con los profesores y alumnos del centro. Cintura suficiente para adaptarse a los cambios. Sentido de pertenencia a la comunidad educativa. Alabar y recompensar los logros individuales y colectivos. Líder carismático que sabe negociar un problema o camelar a una persona que deberá realizar un trabajo poco apetecible. Presumir de su centro y saber vender en la ciudad todo lo bueno que sale del mismo. Posibilidad de tomar decisiones sin miedo, con una ‘auctoritas’ socialmente reconocida y con poder de resolución. El director de un centro docente está constantemente decidiendo y eso siempre supone un gran desgaste.
Es verdad que las competencias del director vienen perfectamente reflejadas en la normativa de la Lomloe, pero esas, creo yo, ni son todas ni son las más importantes. La mayoría de las tareas que realiza un director en el centro desde que toca el primer timbre de la mañana hasta que se cierran las puertas por la tarde no figuran en el boletín oficial a pesar de ser muy importantes: llegó bien el transporte escolar, la calefacción funciona, puntualidad de los alumnos y los profesores, uno que está enfermo, otro que se queja de algo, la fotocopiadora no va bien, la inspección educativa solicita un informe, el correo del ordenador del centro está lleno, una madre se queja de que a su niña le están haciendo la vida imposible, la presidenta del Ampa registra un escrito denunciando que el profesor de matemáticas ha suspendido al 90% de sus cuatro grupos… La lista puede ser interminable. Un director nunca se aburre. Cada día vive una película diferente. Sube la persiana de su despacho con la sensación de que no tiene ningún problema pendiente, pero lo más probable es que no le quede ni un minuto libre en todo el día.
Después de muchos años haciendo cada día lo mismo he llegado a la conclusión de que la misión más importante que realiza el director de un centro escolar es atender con amor a sus alumnos, a todos, a los mayores y a los pequeños, a los sobresalientes y a los suspensos, a los revoltosos y a los encantadores. A todos. Todos tienen que sentir ese cariño desde que entran por la puerta al centro, aunque sea con una bronca por llegar tarde. Y despedir a todos con su mirada al final de la mañana. En el recreo, en los cambios de clase, siempre los alumnos tienen que ver al director cercano para darles seguridad y confianza en su trabajo. Y para que exista buena relación entre el director y los alumnos no creo que sea necesario el compadreo, algo así como «sentirse colegas». Me opongo también a la idea de que el respeto a la autoridad equivale a represión. Pienso que la autoridad, el respeto de unas normas necesarias y la exigencia de esfuerzo personal pueden coexistir con una relación de confianza, aprecio e, incluso, sincero afecto. Los estudiantes entienden esto perfectamente. Ellos «huelen desde lejos» ese cariño de su profesor o su director.
En mi trayectoria profesional he intentado dedicar y consagrar mi vida a los alumnos, pero ustedes pueden estar bien seguros de que «ellos me lo han pagado con creces».

Director de instituto
20/05/2021
Actualizado a
20/05/2021
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