11/12/2025
 Actualizado a 11/12/2025
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Diciembre es un mes santo...; ahí está la Navidad, seguramente la fiesta más familiar del año, donde todo son buenas caras, maravillosos deseos de paz y prosperidad, cenas pantagruélicas en las que todo va de maravilla hasta que alguien (un cuñado estúpido, un abuelo cascarrabias, un niño sobreexcitado), la caga como Amancio y se arma el Belén. Quitando de la ecuación al nene, la cosa se suele torcer a la tercera o cuarta copa de vino, cuando los ánimos se vienen arriba y cuando la paranoia se apodera de esos mangantes. Excuso decir que, si se discute de fútbol o de política, la cosa no tiene arreglo, porque nos convertimos, todos, en neandertales o en algo peor, ayunos de razón y de inteligencia. El vino es un acelerante de las emociones. Preguntarle, sin ir más lejos, a Noe, el del diluvio, que algo, según cuenta la Biblia, sabe del tema.

El asunto es que diciembre es un mes santo, dejando a un lado todas esas menudencias familiares que os he contado y que la mayoría sufrís. Acabamos de pasar el ‘acueducto’ de san Nicolás y de la Inmaculada y, a poco que salgáis de casa, encontraréis miles y miles de luces brillando por la calle, ¡con el precio que tiene la electricidad!, como si los ayuntamientos tuvieran bula y nadie les obligase a pagar las facturas. Si seguís caminando, veréis todos los bares y los restaurantes llenos hasta los cojones de gente, bebiendo y comiendo como si no hubiera un mañana, como si fuese una obligación ineludible hacerlo.

Por eso uno ‘odia’ estas fiestas. Uno, que es más simple que el mecanismo de un chupete, ama ir a los bares cuando sabe que se va a encontrar a los borrachos habituales, a los que fichamos todos los días sin tener que esperar a fiestas o acontecimientos masivos. Estando «los de siempre», sabes que la cosa no pasa nunca a mayores, que el vecino del ‘prieto picudo’ estará en la barra al día siguiente y al siguiente, como si ejercitase una gimnasia recetada por un matasanos con conocimiento. Las algaradas que se preparan estos días nunca fueron de mi agrado; incluso cuando era joven, en el pueblo, prefería ir sólo con Vitorón a la peregrinación obligatoria de casa de Tino a casa de Miguel que con toda la ‘cuadrilla’. Aquellas mañanas de los sábados y los domingos me ponían la cabeza loca, mayormente porque bebíamos ‘Artesano’, una blasfemia, un insulto al propio nombre del vino.

A lo que vamos: las multitudes están bien para el fútbol, para los conciertos o para ver los carros y los pendones el día de San Froilán. Para el resto de las actividades normales de la vida son, la verdad, un engorro.

Ahora que vamos de leonesistas, viene muy a cuento aquella afirmación, cazurra como ella sola, que decía qué «el buey sólo bien se lame (en mi pueblo lambe)». Estos atascos demenciales que durante este mes se producen en las calles, en los bares e, incluso, en casa, es lo que peor lleva uno de este mes, al que quiero, por otra parte, mucho. Media familia de un servidor nació en diciembre y, quieras que no, siempre es motivo de alegría, porque celebrar los cumpleaños significa que estás vivo, que estás dispuesto a dar guerra, a seguir disfrutando de las alegrías, que las hay, que te da, gratis, la vida.

Diciembre trae, por lo menos, una magnífica noticia: los políticos (¡pobres, están agotados!), cogen vacaciones, como los maestros, pero a lo burro; lo que significa que nos dejan en paz y en gracia de dios por lo menos hasta mediados de enero. La ciudadanía tiene el deber de agradecérselo hasta el infinito y más allá. Un mes sin oír las tonterías que dicen en el parlamento es algo inaudito que debemos de aprovechar como es menester.

Además, este mes, León, la provincia de León, recupera población como si estuviésemos en los años setenta u ochenta del pasado siglo. Todos los leoneses que han tenido que marcharse a buscar el pan y sal, lejos de sus raíces, en casa Dios comidas y bebidas, vuelven a casa y no tendrán más remedio que admitir que fue un error que pagarán toda su vida. Andar por cualquier pueblo o por cualquier barrio de León o de Ponferrada, les cargarán las pilas para aguantar, por lo menos, hasta el verano. Ya sabes lo que dijo aquel, y tenía toda la razón: «como en casa, en ningún sitio».

Salud y anarquía.

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