«Dicen que las pastoras huelen a sebo. Dicen que las pastoras huelen a lana». Este fin de semana se tocó y se cantó. Sonó el pandeiru cuadrado y sonó la pandereta y sonó la botella de anís. ¿Qué se celebraba? Se celebraban los libros, los lectores y lectoras, la literatura. Estuve en el club de lectura de Veguellina de Órbigo invitada por Elena, su alma mater. La biblioteca, antiguo gimnasio del instituto resonó con música y palabras. «Dicen que las pastoras huelen a sebo. Dicen que las pastoras huelen a lana».
Allí estaba Violeta Alegre, pastora trashumante a quien fui a ver varias veces para escribir ‘Cordillera’. Dije: cuando en las brañas las ovejas salen del corral y enfilan por el valle, la nube de polvo, el retumbar de los cascos sobre la tierra, las grupas de los mastines, la luz de Luna y Babia. Alguien repuso: mi padre era pastor, cuando paría una oveja arriba en un risco y decía, anda, sube a por el corderín, allí no había nada bucólico, allí había dureza. Yo contesté: eso también lo cuento en ‘Cordillera’, la dureza, pero también la belleza. Belleza y destrucción. Dureza y fragilidad. Manuela Bodas asentía. Manuela Bodas leyó un poema que había escrito inspirado en mi novela. Alguien dijo: lo que más me gustó del libro es que la pastora lee; fíjate que Violeta y su marido son dos grandísimos lectores. Y luego al final cantamos y nos fuimos a tomar un vino. Caía la noche y olía a tierra.
«Dicen que las pastoras huelen a sebo. Dicen que las pastoras huelen a lana».
También se cantó en la Feria del Llibru de Cabreira, en Truchas. La Bandina Perroflaútica tocó el pandeiru cuadrado. Pero antes se habló de Cabreira, del salvaje noroeste. Se habló de los osus que andan ya por ahí. De los llobus que siempre anduvieron por ahí. Sacaron la tripa chorizo que había hecho una paisana del Truchas. El queso. El orujo de yerbas. Pequeño Zar salió con alguien a ver las estrellas. Resulta que Truchas fue declarada municipio Starlight, ideal para contemplar el firmamento nocturno porque no existe contaminación lumínica. Pequeño Zar volvió y dijo: vi la Osa Mayor. Alguien dijo: aquí hay muchos lectores y lectoras empedernidas. Alguien dijo: vivo en Madrid, pero mi madre es de aquí y vengo siempre que puedo. Alguien dijo (Marcos Fernández): vivo en Barcelona, pero mi abuelo es de aquí y he escrito un libro sobre él, sobre la posguerra, sobre cómo se acostaban a veces sin saber si habría comida al día siguiente. Yo pensé: dureza y fragilidad, belleza y destrucción. De lo que está hecha la literatura, mi literatura. De las historias, del eco de esas historias en mi cabeza, de la música de esas historias. Y del paisaje. El paisaje de la montaña, el paisaje del Órbigo, el paisaje de Cabreira.