No es mi diario. Nunca me ha gustado la caza, tal vez por el miedo a las armas. Y ello a pesar de que mi pueblo está en una zona privilegiada. En cambio la pesca ha sido una de mis grandes aficiones. He disfrutado muchas horas, especialmente pescando en pequeños ríos de alta montaña, lejos del mundanal ruido. No entiendo por qué desde hace algunos años en Castilla y León, que tiene tantos y extraordinarios ríos, han acabado prácticamente con este deporte. Y no podemos echar la culpa a los animalistas o ecologistas, sino a las autoridades autonómicas. Entendemos que haya una normativa que controle severamente la pesca furtiva, la utilización de métodos heterodoxos o todo aquello que suponga acabar con el normal desarrollo de la fauna piscícola. Por lo demás siempre hubo muchos pescadores y la cosa funcionaba.
Hecha esta reivindicación, volvamos al deporte cinegético en Castilla y León. Lo primero que nos ha venido a la mente es aquel libro de lectura que ponían a nuestra disposición en las clases de literatura: el ‘Diario de un cazador’, del patriarca de las letras castellano y leonesas, Don Miguel Delibes, extraordinario escritor y ser humano, que supo disfrutar como nadie de lo que supone patear los campos en busca de las codiciadas presas. Se diría que especialmente esta autonomía tiene un motivo más para conservar y cuidar este tan popular y antiguo deporte, tan antiguo como el ser humano. Bien podemos decir que fue ésta su primera profesión.
No queremos pensar que éste interés tan ‘filozoógico’, que no filantrópico, por defender la vida de los conejos, los jabalíes, los corzos, las codornices y perdices… se deba a esa creciente preocupación por la despoblación de nuestra región: puesto que cada vez somos menos personas, que se compense con el aumento de animales. No importa que ello suponga el advenimiento de verdaderas plagas que acaban con los cultivos. Y, puestos a defender el mundo animal, que, dicho sea de paso, merece todo nuestro cariño y respeto, dejemos también a los topillos campear a sus anchas por nuestras tierras. Y, si nos apuran un poco más, a la colonia castellano y leonesa de ratas y ratones.
No soy aficionado a la caza, pero me uno a la legítima protesta de quienes se sienten indignados por unas decisiones que atentan contra el sentido común. Resulta curioso que los más acérrimos defensores de los animales no mueven un dedo por defender la vida humana. Matas una corza preñada y te hunden, con razón. Para abortar a un ser humano te financian.

Diario de un cazador
05/03/2019
Actualizado a
08/09/2019
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