05/09/2023
 Actualizado a 05/09/2023
Guardar

La semana pasada alguien me llamó para ver en directo el derribo de dos torres de refrigeración y una chimenea de la Central Térmica de Cubillos. Le dije que no, que no podría recrearme contemplando la destrucción de uno de los principales símbolos del Bierzo. Y, además, me vino a la mente una imagen, a la salida de Ponferrada, que representa a un hombre que va a ser ejecutado. El derribo de las torres ha sido otra ejecución, que algunos hablan de modélica, por la rapidez y eficacia. Algo así como cuando el condenado a muerte, que goza de perfecta salud, se desploma inmediatamente tras el tiro en la nuca o en el corazón.

Lo que se ha puesto en evidencia es que es más fácil destruir que construir. Pero esto no solo referido a edificaciones, sino a otros aspectos de la vida como pueden ser valores humanos que se han ido adquiriendo a lo largo de los siglos y que de pronto se destruyen. Desgraciadamente en el Bierzo ya tenemos experiencia de la demolición de obras valiosas y emblemáticas. Gobernantes sectarios propiciaron la destrucción de obras como el monasterio de Carracedo, el de San Pedro de Montes, el de Cabeza de Alba en Toral de los Vados o el de San Andrés de Vega de Espinareda, restablecido hace algunos años. Pero, al menos, nos quedaron las ruinas. Tal vez los enemigos de la religión lo justifiquen.

Pero ahora se trata del patrimonio industrial, de hacer posible que las futuras generaciones pudieran tener una referencia de lo que ha sido esta tierra, al igual que nos han quedado las Médulas, el Castillo de los Templarios, el de Cornatel, el Museo de la Energía o algunos pozos mineros… Ignoro las verdaderas razones de quienes han propiciado el reciente derribo de estos símbolos bercianos, pero no hace falta ser adivino para entender que hay de por medio intereses económicos egoístas pero, sobre todo, una estrechez mental y una falta de visión de futuro dignas de los mejores talibanes. El daño que han hecho ya es irreversible. Si hubieran vivido en otra época habrían sido capaces de destruir las pirámides de Egipto y hasta el Acueducto de Segovia. Pero aún están a tiempo de no seguir atentando contra el patrimonio industrial. Quedan dos esbeltas torres que, cueste lo que cueste mantenerlas, deberían permanecer. No soy adivino profesional ni deseo mal a nadie, pero me atrevo a advertir a quien tome la última decisión de derribarla que va a correr la misma suerte. Quienes me conocen bien saben que no me equivoco. Que lo piense bien y, por favor, me haga caso.

 

Lo más leído