España, hoy, está hecha una cataplasma. Un desastre. En un país de escándalos. Y no pasa nada -o poco-, a pesar de la mangancia que está saliendo a la luz con nombres y apellidos. Al pillaje institucionalizado se ha unido, además, la indecorosa y perversa postura de unos sujetos, que presumían de feministas por ser socialistas, cuando practicaban lo contrario desde sus privilegiadas posiciones y excelentes salarios. Unos émulos del derecho de pernada, pero en plan moderno. Y se tapaba. Que se lo pregunten a los satélites de La Moncloa, quienes, en un alarde de cinismo, miraban hacia otro lado y aquí paz y después… lo que fuese; es decir, salvar al ‘compañero’ al precio que hiciera falta. Cuestión de momio.
Y, así, tenemos a un presidente escondiendo la cabeza debajo del ala, para que le salpique lo menos posible una situación que, en cualquier democracia seria, le habría obligado a hacer las maletas. Aquí, no. Por eso, todo el mundo (o casi todo, que los hay con orejeras por interés) anda imbuido en un solo razonamiento de sentido común: la situación resulta insostenible. E insoportable, cabría añadir. Es tal la suma de despropósitos, que si en estos momentos estuviera gobernando la derecha, España sería una pira. Un infierno. Y quien diga lo contrario, quien se lo tome a chufla, miente. Un Ejecutivo sin presupuestos, una esposa y un hermano con graves problemas judiciales, un exministro en la cárcel y varios adláteres en la cuerda floja… ¿Quién da más?
La otra pata del banco del desatino en que vive España, es el mundo de la información diaria con implantación nacional. Es igual el soporte por el que se acceda. Ya nadie (o apenas nadie) sabe a qué carta quedarse. Parece una Torre de Babel. Cada medio habla su propia lengua y resulta muy difícil discernir lo que es o no verdad. La constante es inacabable en los últimos tiempos, si bien se podrá alegar, como también se colige, que todo ello es el resultado de la línea editorial de que se trate. No obstante, de esa legitimidad y derecho, a la manipulación descarada y al servilismo interesado, hay un camino obsceno y oscuro. La política, que es la matriz de la actualidad en periódicos, radios y televisiones –al ente RTVE hay que echarle de comer aparte- se ha convertido en el caldo de cultivo perfecto para los rastreros. Después de las villanías por las que está pasando España, resulta vergonzoso, en muchos de los escenarios, lo que se lee o se escucha de las trapisondas y los trapisondistas con carné o sin él. Que de todo hay. Quieren hacer comulgar al prójimo con ruedas de molino. Se maquillan o se cambian situaciones y se corren tupidos velos favor de obra, con una desfachatez propia de regímenes pasados. Eso de la comunicación veraz y la independencia del que tiene el altavoz en la mano, ha pasado, en contrastados casos, a mejor vida. Afanes espurios se llama.