Según el último estudio de la Carga Global de Enfermedades, las personas vivimos, de media, veinte años más que el siglo pasado. Estos datos han sido presentados en la cumbre mundial de la salud que tiene lugar estos días en Berlín. La esperanza de vida aumenta en todo el planeta, aunque es mayor en los países más desarrollados, como es lógico.
La humanidad nunca ha vivido tanto, pero, de acuerdo con la cara menos amable del mismo informe, tampoco ha sufrido tanto como en la actualidad.
Las denominadas muertes por desesperación se han disparado entre los jóvenes, en especial en Estados Unidos. Aquí se engloban los suicidios y los fallecimientos derivados del abuso de medicamentos, alcohol y drogas.
Que la salud mental a nivel global se viene deteriorando a pasos agigantados en los últimos años no es nuevo.
Con motivo del día mundial de la salud mental, el pasado 10 de octubre, se celebraron multitud de actos en los que se reivindica mayor visibilidad para este problema que afecta a cada vez más personas. Lo más alarmante es que muchas de ellas son jóvenes y adolescentes.
Hay quienes no dudan en señalar a un claro culpable, internet y las redes sociales, porque les hace sentirse presionados, dependientes de la tecnología y solos, a pesar de estar hiperconectados. Además del miedo y la incertidumbre ante el futuro.
Cuando se trata de adultos, la ansiedad o depresión, los trastornos más frecuentes, se vinculan al trabajo, la vivienda, los precios o la escasez de tiempo.
Si hablamos de nuestros mayores, se apunta a la soledad no deseada.
Aquí surge una duda, ¿lo que ha empeorado es nuestra salud mental o el contexto social, político y económico que nos envuelve?
¿Es normal necesitar fármacos o tratamiento psicológico para poder gestionar las circunstancias que nos rodean, o tal vez se debería plantear algún cambio en la sociedad?
Algo está funcionando mal cuando crece drásticamente el número de personas que encuentran serias dificultades a la hora de soportar la vida.