09/08/2023
 Actualizado a 09/08/2023
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Me gustaba el estilo de aquel tipo joven con su copa de gin tonic y esa camisa de lino medio desastrada y por fuera del vaquero, tenía pinta de poder hacerme feliz, al menos por un rato. Pretendo, por tanto, que le escucho, mientras repaso mentalmente las cuatro cosas que tengo que hacer al llegar a casa y las cinco más que no puedo olvidar si quiero que la mañana siguiente termine sin drama. 
¿Crees que podrías identificar un deepfake? ¿Podrías recibir un mensaje con ‘mi voz’ y distinguir si es realidad o ficción? Sé honesta: No.

No- contesto, para no llevar la contraria y no alargar mucho la conversación ya que acabo de darme cuenta de que yo misma, como en un desdoblamiento, estoy plantada a un par de metros de nosotros observando la situación. Un deepfake, pienso.  La clave está en las redes generativas antagónicas, tienen mucha utilidad, remarca.
Entiendo. Si no paso por el banco voy a tener un problema importante, pienso, llegaré a casa y haré un plan detallado de la mañana de mañana, una subagenda de la agenda, subdividida a su vez en microacciones minutadas. 

El tipo me mira como buscando algo que se hubiese caído dentro mis ojos y que no alcanzase a atisbar. Anda, están poniendo la música de Cinema Paradiso en versión house, qué maravilla. Debería escuchar esto para escribir, a lo mejor así escribiría algo que mereciese la pena y dejaría de rondar de la cocina al ordenador y del ordenador a la cocina.
Me asalta de pronto la duda de si mi deepfake no será mi yo auténtico o ese papel me corresponde a mí, algo que por otra parte parece lógico ya que soy la única interlocutora. En todo caso no me gusta como me miro y me provoca vértigo la sensación de estar fuera de todo, enajenada de la realidad. Es como si me hubiesen hecho un agujero en la boca del estómago con una pala de playa. 

Es algo exponencial. En poco tiempo no podremos distinguir entre realidad y ficción, tenlo claro.  Es exponencial, repito, un truco que uso cuando no escucho al interlocutor, repetir algo que cazo al vuelo. 
Episodio clásico de despersonalización, dirá el médico. Estrés agudo. Es necesario parar, es grave. Y no sólo el cuerpo, la mente. Esa mente que tienes. 
¿Quieres tomar una copa en mi casa? El joven lo intenta, algo que no deja de sorprenderme teniendo en cuenta que nos hemos visto un par de veces. Insiste y, la verdad, parece súper convincente. Le miro con una sonrisa de medio lado. No gracias, me voy. 

Me despierto de madrugada y pienso en tomar un café con mi doble, pero ya no está. Inmediatamente supe que se había quedado con el tipo del gin tonic. Nunca más volvió. 

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