La gente, la buena gente, ha vuelto a las calles, que es el lugar sagrado de las democracias. Frente a los titubeos, las palabras cínicas, los cálculos de los gobernantes atados de pies y manos, o sometidos a intereses, ha llegado una vez más la calle, con su cántico y con su dignidad. La democracia es el cántico del pueblo. La calle es el territorio verdadero de la libertad. En estos últimos días, ríos de gente de toda condición han surcado las ciudades en muchos lugares del mundo, también aquí, recordando el tiempo del ‘No a la guerra’, aquel tiempo no tan lejano en el que se escribió bien a las claras cuál era la opinión de la mayoría frente a los tristes promotores de la infamia. Hay una pulsión de dignidad entre la gente que se eleva muy por encima de la política, que es capaz de recordarnos que no es tolerable que, desde cualquier ideología, se pueda justificar la muerte, el asesinato, el genocidio. Las calles son las que hablan hoy con la fuerza de la verdad.
Hemos asistido a palabras feroces durante demasiado tiempo, a un despliegue de gran obscenidad política en algunas opiniones. No es ya el silencio de algunos liderazgos, ni siquiera la obviedad de estar justificando lo injustificable por diversos intereses, sino, mucho más, la actitud matona y vulgar de algunos, esa visión despreciable de la política marcada por un supremacismo atroz, por una zafiedad sin límites, muy lejos del espíritu de las democracias. Hemos escuchado cosas terribles que no deberían haber ocurrido, pero, como sucedió con la Asamblea de Naciones Unidas, al menos han servido para poner a cada uno en su sitio. Para retratar al personal. Los vetos de la ONU han impedido decisiones muy mayoritarias, pero han evidenciado bien, como en aquel ‘No a la guerra’, la diferencia entre la dignidad y la indignidad. Y la gente, en las calles, sólo lo confirma.
El llamado plan de paz para Gaza quizás sea mejor que nada, mejor que la obscena costumbre de la muerte (que seguía a estas horas, como si tal cosa). Pero llega después de 70.000 muertos, o quizás muchos más, según la opinión de algunos especialistas en la zona. Demasiado tarde. Casi siempre es demasiado tarde. El futuro ya no podrá escribirse, al menos para algunos (y para algunas) sin ese síndrome de Lady Macbeth, que no lograba limpiar la sangre de sus manos. Muchos agradecen ahora a Trump su movimiento, pero, como se ha dicho, no es otra cosa que el movimiento del nuevo emperador, que, durante meses y meses, como otros políticos de su país, no sólo no ha movido un dedo para evitar la catástrofe, sino más bien todo lo contrario, postulándose siempre en favor de una de las partes y culpando sistemáticamente a la otra. Esto es constatable, por sus vetos, por sus declaraciones, por sus apoyos militares. Atribuirse ahora un plan de paz, por más que se desee con pueril fervor el Premio Nobel de la Paz, resulta también políticamente obsceno. Este es el autor de aquel otro plan, el de la Riviera de Gaza. ¿Se acuerdan? Y de mil ocurrencias más. Por eso quizás sólo nos queda la calle.
He expresado más veces mi admiración por las personas que salen de buena fe a defender no ya la democracia, sino su base fundamental, los derechos humanos. La libertad. ¿Acaso no es este un motivo cargado de nobleza? ¿Acaso no es esta la forma más directa de defender la justicia? Creo que, a pesar de los graves problemas y de los laberintos de la política internacional, en los que se cruzan no pocos intereses, nuestro gobierno ha mantenido una postura coherente y activa en la lucha por colocar en la escena global lo que otros difuminaban. Lo hizo en Naciones Unidas y lo ha hecho con algunas decisiones políticas, que se pueden calificar de timoratas o insuficientes (algunos de sus socios así lo consideran), o meramente simbólicas, pero, en cualquier caso, nadie podrá negar que, en medio de tantos gobiernos de perfil, que apenas musitaban, la voz de este país ha estado positivamente en la defensa de los valores de justicia y paz.
Pero es difícil no sentir que la comunidad internacional, en su conjunto, no ha estado a su altura. O, mejor, sus dirigentes. La Historia juzgará a cada uno, porque eso es inevitable y va a suceder. Pero los muertos ya están muertos. Los de aquel 7 de octubre, por supuesto, y los cerca de 70.000 de ahora. Desde entonces, el terror y la furia. Y hemos tenido que ver quejas (y mofas) porque mucha gente digna se echaba a las calles en occidente, las recorría con banderas y con consignas, pidiendo que acabaran las matanzas. No es de recibo (sólo por el hecho se pertenecer a la humanidad) oponerse a eso. No sin una dosis de maldad. No sin una dosis de crueldad. O, al menos, no sin una dosis de ignorancia y cinismo. Por eso las manifestaciones durante la Vuelta Ciclista España, a pesar de lamentables declaraciones de ciertos organismos de ese deporte, o de alguno de sus representantes, fueron muy dignas y muy oportunas, y quizás este movimiento de las calles en defensa de la paz, este nuevo ‘No a la guerra’ del que hemos de sentirnos orgullosos, comenzó justo allí. Y se ha multiplicado. Obviamente, no puede negarse, ni puede ocultarse. La gente sí está a la altura. La gente que grita en las calles. Así se escribe la lucha por la democracia frente a los nuevos matones, frente a los nuevos representantes del autoritarismo, frente a los que siembran el odio cada día.
La falta de respuesta y de acción de muchos gobiernos y la voz tenue de algunos supuestos liderazgos demanda una respuesta decidida de la gente. Al final, la democracia es la gente. La democracia es la calle. A raíz de la detención en las últimas horas de los miembros de la Flotilla que intentaban llegar pacíficamente a las costas Gaza, estas manifestaciones se han hecho mucho más intensas. Y más intergeneracionales. Cunde el miedo porque, como ya escribimos, algunas encuestas anuncian que el pensamiento de la ultraderecha crece peligrosamente entre los más jóvenes. Pero yo he visto a muchísimos estudiantes en las calles estos días luchando y clamando contra el genocidio. Jóvenes que quizás no tengan noticia de aquellos días del ‘No a la guerra’, cuando también se escribió la historia de la infamia. Como se escribe ahora. Es posible que esté prendiendo una nueva fuerza entre la gente. Es posible que estemos volviendo a despertar, porque la libertad está realmente amenazada. Hace tiempo que creo que, ante la gravedad del ascenso del matonismo, el neoimperialismo y el neofascismo, es necesario un movimiento cívico global, por supuesto no violento, que remueva conciencias y presione a los políticos y a las instancias internacionales. La calle es el rompeolas de la libertad. Ojalá estemos a tiempo de salvarnos.