«Líbreme Dios del día de las alabanzas», decía siempre mi padre cuando las noticias anunciaban la muerte de alguna personalidad importante. Bueno, aún lo dice, lo que pasa es que hace un tiempo que ya no vemos juntos los informativos a la hora de comer.
Si aún no ha llegado el «día de las alabanzas» significará que se sigue transitando este mundo, pero está claro que recordar las bondades de una persona cuando ya no está entre nosotras, es algo que probablemente no se pueda evitar. (Debería haber unas cuantas excepciones, aunque hasta el peor de los villanos tiene algún ser querido).
Pero volvamos a las buenas de la historia. Aquellas por las que es bastante difícil evitar que se te escapen las palabras bonitas, las expresiones de fascinación o la necesidad de entrecomillar algunas de sus frases y que se queden grabadas para utilizarlas en el momento más preciso.
«No hay amor sin admiración» es una sentencia que he leído y escuchado unas cuantas veces en los últimos días. No es que sea yo una gran simpatizante de personas ilustres; creo que hace ya unos cuantos años dejé de idolatrar a gente que no conozco personalmente. Pero sí que me resultan admirables las personas que son verdaderas admiradoras de otras, no sabría decir por qué.
Estos días, en varias imágenes en televisión, he visto a un montón de gente empuñando libros en señal de victoria, de homenaje. Y no me ha podido parecer una imagen más poética y a la vez emocionante, sobre todo tratándose de una despedida; un acto singular para un gran «día de las alabanzas». Porque decirle adiós a alguien a quien te gustaría agradecerle tantas cosas no ha de ser sencillo, seguro que la mayoría de las veces no existen palabras para eso. Por eso un gesto, por eso un símbolo y, claro está, el recuerdo.

De que ya nunca estabas
01/12/2021
Actualizado a
01/12/2021
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