Como hijo de apicultor guardo el olor de la miel, su viscosidad, su color dorado oscuro, como de piedra de ámbar o de resina espesa y azucarada, en lo más hondo de mi memoria. Fueron muchos los veranos ayudando a mis padres a sacar la miel bajo el calor del verano y los inviernos viendo los tarros alineados junto a la fruta del huerto en las habitaciones de la casa familiar del pueblo, donde el frío la mantenía durante meses prácticamente como el primer día. Por eso, todo lo que tenga que ver con la miel, con las abejas y las colmenas, me sigue interesando al punto de que no hay noticia relacionada con ellas que no lea de principio a fin. El subconsciente de las personas está hecho de olores y de recuerdos, de sonidos y sabores que nos pertenecieron alguna vez.
Esta semana he leído que se ha celebrado un concurso para elegir la mejor miel de León, asunto éste que ya es difícil dada la cantidad de comarcas y floraciones distintas, de terrenos y cultivos diferentes, y ha ganado una empresa apícola lacianiega cuyo nombre me ha hecho evocar un cuento escrito por el director de este periódico cuando era mucho más joven que ahora. ‘De osos y de colmenas’ es el de la empresa apícola, según las noticias creada no hace mucho tiempo, y ‘Tumor de miel’ el del cuento de David Rubio, un relato que narraba la historia de un apicultor – su abuelo – que vivía prácticamente en el colmenar, oyendo música entre las abejas, durmiendo la siesta incluso a su arrullo en la hamaca que guardaba en la caseta para tal fin, y al que un verano un enjambre se le posa en la cabeza provocándole un tumor de miel dentro de ella del que moriría muy pronto, pero tranquilo y feliz como transcurrió su vida. En el cuento había también un oso que rondaba el colmenar y con el que el apicultor mantenía casi una relación de amistad como en las historias de dibujos infantiles. Hermosa forma de contar un cáncer sin dramatismos ni teatralizaciones.
Esta semana he estado en León y mirando desde el tren los campos verdes del Cea y de los Oteros, las frondosas vegas de Palanquinos y del Bernesga, el corredor arbolado que introduce a los convoyes en León camino de una estación que uno no acaba de saber si es provisional o no, terminal o no, como todo en esa provincia, entre las pocas fábricas que resisten y las vacas de Manuel, el ganadero activista de Solle que se resiste a dejarlas pese a que no le recogen la leche ya y que pintan de bucolismo con su presencia los prados de Trobajo del Cerecedo, he recordado otras primaveras, aquéllas en las que mi padre, antes del tumor de miel, iba y venía a su colmenar mientras las abejas bullían en torno a él y en las montañas había más habitantes que osos, no como ahora, contemplando sus idas y venidas y el paso de las estaciones y de las nubes y los aviones a reacción sobre sus cabezas. Por fortuna las abejas también han ido en aumento, cosa que le gustaría saber. Como a mí.

De colmenas y osos
29/05/2016
Actualizado a
19/09/2019
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