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Cuento violento

25/11/2023
 Actualizado a 25/11/2023
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Sigo recordando la escena. El hombre que clavaba la vista en el techo, como pájaro que se aleja, sin miramientos, de la presa a la que ha zarandeado. 

Era un hombre de rostro rojizo y abotargado. De ojos vidriosos y ceño unidireccional. Nada parecía atraer su mirada, empedrada de hastío, embebido en su propio yo. Con cierto aire de triunfalismo, permanecía ajeno a lo que a su alrededor se fraguaba.

Al otro lado estaba ella, cabizbaja, envuelta en fatídico aire brumoso, de derrota amarga, en una raída gabardina de indefinido tono. Una mujer que perdía la mirada estrellándola contra el pavimento de la Sala de Vistas del Juzgado de Instrucción número dos. Con las manos unidas sobre su regazo, mientras, su rostro, marcado, miraba hacia la jueza. En derredor, los ojos de las mujeres presentes revoloteaban nerviosos, como aves al acecho en espera de ver cómo se retira el halcón tras cobrar su presa.

El auditorio de la Sala carraspeaba inquieto. Había mucho público aquella mañana de febrero. Los habituales curiosos, más un grupo de estudiantes de Derecho. Jóvenes de los dos sexos, pues ya entonces, hace casi treinta años, comenzaba a despuntar la presencia femenina en una de las facultades más veteranas del Campus Universitario de León.

Una mujer joven, oficiala de justicia, con una coleta bien alta y garbosa, caminaba inquieta de un lado a otro de la Sala recorriendo el suelo pulcramente abrillantado engalanado para la justa ocasión. 

En el centro, dos mujeres presidían la escena, ambas de riguroso luto solemne en sus togas justicieras. La de la derecha, secretaria judicial, tomaba notas con gravedad, a su izquierda, la jueza, una mujer de mediana edad, gesto vivaracho y voz plena, ladeaba la cabeza como deseando encontrar salida a un laberinto irresoluble.

En paralelo, dos alargadas mesas de madera completaban la figura procesal en forma de U, a un lado la abogada de la mujer de la gabardina, parte demandante; al otro, la representante de la Fiscalía. Reino de mujeres.

La esposa había denunciado a su marido por agresiones. Por entonces no había ninguna Ley contra la Violencia de Género; esta no llegaría hasta el año dos mil cuatro.

Fue entonces cuando la jueza tomó la palabra: «Sr. Ninguno, póngase en pie. Su esposa ha retirado la demanda».

Entonces ocurrió algo insólito, la jueza siguió su discurso. «Como vuelva a verle por aquí, le aseguró que haré todo lo posible para que no se vaya sin consecuencias». 

La sala se tornó en silencio lila y un aire de sororidad invadió la estancia.

Desconozco el final de la mujer de mirada huidiza, pero espero que si ha fallecido, haya sido de muerte natural. 

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