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Cuento de Navidad

23/12/2023
 Actualizado a 23/12/2023
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Érase una vez un valle encajado entre recios montes de roca caliza, regado por un río que con empecinamiento de toro bravo, cabeceaba contra el suelo ya desde su alumbramiento, que se producía a cada instante, en el puerto de Piedrafita la Mediana. El curso de sus aguas cincelaba un paisaje que se replegaba al entrar en las poblaciones, aquietándose para regar sus coquetos huertos domésticos y apaciguar la sed de los rebaños de vacas, cabras y ovejas que moteaban los campos.

El valle, además, albergaba un tesoro negro azabache en sus entrañas. Un mineral de alto poder calorífico que durante años había proporcionado sustento y riqueza a los habitantes de la comarca. Una forma de vida, que les permitió prosperar y subsistir siendo además fuente de riqueza para otras muchas poblaciones. Al amparo de ese oro pétreo de potente capacidad calorífica, nació un tren hullero que todos los días repintaba el paisaje en sus serpenteos, un tren que marcaba el ritmo de las horas y se convirtió en arteria vital para sus gentes. 

Pero el dictado del imperioso Señor Tiempo, en contubernio con los caprichos de los poderosos, fue alterando el ritmo de las cosas; tesoro negro se convirtió en incordio y el trenín hullero comenzó a ser apartado, empequeñecido, ninguneado. Sobre él se extendió un manto de escarcha en letargo, un sueño de nieve que pretendía sumirle en el olvido. Sus gentes temían que aquel arrinconamiento doloroso, les paralizase, así que empezaron a valorar su patrimonio y costumbres. Decidieron luchar para zafarse del olvido.

Y se pusieron manos a la obra mirando en primer lugar a sus niños. Había que luchar por ellos, porque ellos eran depositarios del futuro. 

En aquel valle había un colegio con nombre de sabio ilustre: Ramón Menéndez Pidal, amante de las palabras y de las costumbres, y miembro de aquella Generación del 98 que amaba el paisaje por encima de todas las cosas.

Como los protagonistas de nuestro cuento, las gentes de aquel municipio minero llamado Matallana de Torío. Entre ellas un grupo de niños: Vega, Alma, Darío, Isabel, Adriana, Sara, Elvis, Leire, Pilar y Paula. Todos ellos formaron un coro de ángeles dispuestos a perfumar de Navidad aquellos días del año en que nacía el invierno y la Casa de las Culturas del Ayuntamiento se engalanaba para recibirles.

Junto a ellos un pequeño corín de mujeres y hombres llamado ‘La Estación’ decidieron, la víspera de Nochebuena de aquel año 2023, plantarle cara al letargo y llamar al Espíritu de la Navidad cantando juntos. Y fue un día feliz, uno más en sus vidas.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

¡Feliz Navidad, queridas y queridos lectores!

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