Érase una vez una figura altaricona a la que había sentado bien la vejez, pues le había atemperado el rostro de fantasmiko, que aún metía miedo a las distintas apariciones que a menudo se presentaban impertinentes sin avisar en su residencia, el noble y heredado Palacio de Bolgues, en la campiña asturiana. La figura, quijotesca mas no triste, vestía ese día una camisa de terciopelo negro y unos vaqueros con desgaste, como si fuese Nochevieja pero en laborable, aunque lo único que tenía que hacer durante esa jornada era acercarse a por mantequilla que untar al pan antes de echarle el azúcar de caña traída de la mismísima Cuba con sus propias manos, en un paquete gratuitamente sospechoso. Acabar la lectura sobre Jovellanos, o quizá sobre Menéndez Valdés o alguna otra gloria de las letras asturianas, no se podía considerar tarea doméstica. No eran ni las siete de la mañana pero el tío, porque hablamos de un varón, y calvo pelón para más señas, llevaba preparado ya una hora, así que decidió ir hasta la lechería nueva que había montado una pareja apasionada de los lácteos no curados como él. Sabía que ordeñaban temprano.
-Auuuuuu- le saludaron los lobos como hacían siempre que ponía un pie, nunca descalzo (¡por dios!), fuera de sus dominios.
Tiró a buen ritmo. Pero cuando llegó al puentecito sobre el Nalón, cerca del apeadero de Peñaflor, una furgoneta de una compañía telefónica extranjera le pasó tan cerca que sintió un rasponazo en la cadera, del puto retrovisor.
-¡Horteraaaaa! -gritó, levantando en aspaviento despreciativo un brazo que de tan largo casi se le queda enganchado en la catenaria. -Josdeputa…- siguió rumiando para sí mientras negaba con la cabeza ya retomado el rumbo hacia la tiendita de lácteos de la lechería, cuyo olor a suero animal intentaba atrapar del aire de Anzo sin éxito. Sinusitis.
Por fin se hizo con la mantequilla.
-Dos botes. No me des bolsa que los meto en la chupa.
Y dispuesto a volver por otra ruta más tranquila aunque rodease un poco, continuó a base de zancadas de avestruz. Habiendo cruzado la pasarela de las Xanas, y ya a plena luz del día, caminando por el mínimo arcén de la carretera Escamplero-Peñaflor, enfocó la vista sobre un vehículo que se acercaba de frente. Efectivamente, no había misterio, era la furgona de telefonía. Él, rencoroso lo justo, le dedicó una peineta decidida como todo reconocimiento. La furgoneta reaccionó haciéndole un amago de atropello que por los pelos. Se tiró como pudo a la cuneta dando con la rabadilla en una boñiga seca por fuera y jugosa por dentro. Lo cual fue el colmo. Cogió la primera piedra que vió y la lanzó con rabia.
-Plas- para dentro por la luneta trasera.
La furgoneta paró. Un punteo de guitarra dramático rasgó el aire. Y el jambo echó a correr como un loco en su dirección. Esta vez no había buscado él la pelea, había sido ella la que lo buscó a él. Pero los de la furgoneta le iban a servir igualmente de comida. Él era Jorge Ilegal. In memoriam.