Un día te despiertas y ves que no hay nadie contigo en la cama. Se hamarchado, lejos, porque no te aguanta, porque está, cada día que pasa, más harta (o), de ti y tú, tonto del haba, no te has enterado. Otro día, poco después, (no suele pasar mucho tiempo), te largan del trabajo. Que si reducción de plantilla, que si ya eres muy mayor... Te encuentras, entonces, con que estás compuesto y sin novia, y sin trabajo y sin hijos, porque, siguiendo tu máxima de tierra quemada, has roto todos los puentes que te unían a ellos.
Tus amigos, que no tardan ni cinco segundos en enterarse de la movida, no te cogen el teléfono, te borran de la tarjeta SIM, porque has logrado ser, con poco esfuerzo, lo que ellos nunca querrían ser.
Estás más solo que la una. Buscas trabajo, claro, pero es difícil. ¿Quién, en su sano juicio, contrataría a un pollo pera más viejo que joven y con todos los problemas del mundo escritos en su cara? Habría que estar tolai para hacerlo. Tu búsqueda no cesa. Eres persistente, pero nada. Entre entrega y entrega de currículum entras en los bares que pillas de camino y empiezas a beber una caña y otra mucho antes de lo acostumbrado. El banco te da la vara, el casero te da la vara, los de la luz te amenazan con contártela, te quedas sin internet, sin vínculo con el mundo exterior, pasas frío por la noche... Tu vida, tu puta vida es un desastre.
Piensas, alguna vez, en borrarte, en quitarte del medio pero te falta valor para hacerlo. Hay que tener mucho valor para suicidarse y tú no lo tienes.
Llega un momento en que te encuentras en un callejón si salida. «Si pico, me mancho el pico, y si no pico me muero de hambre». Tienes dos opciones: o empiezas a dar el palo a los amigos, conocidos o gente con cara de tonto que te encuentras por el camino, o acabas en la planta tercera de Santa Isabel, con todos los síntomas de esquizofrenia paranoide. Porque, estás convencido, la culpa de lo que te está pasando es del mundo. Tú no has hecho nada para merecerlo. El jodido mundo que se alía en tu contra para volverte tarumba. Puto mundo... La gente se ha reído de mi, sin razón, sólo porque soy débil; porque doy todo sin pedir nada; porque mi ex es una zorra, porque mi exjefe es un maula que solo quiere trepar y no le importa dejar cadáveres en el camino. Yo no hice nada para merecer lo que me ocurre...
Comienzo a sablear a todo dios, no me importa quien sea. Me lo deben.
Estoy sólo. Al final, solo hablo con los del hogar de la calle San Pedro o con los ocupas que pasan las horas en el poyo de la cuesta de la catedral. Te has rendido.

Cuento de Navidad
12/12/2014
Actualizado a
02/09/2017
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