Sentenció un día el inane Mariano –ejerciendo una vez más de adalid del perogrullo y el sentido común llevado al paroxismo– que un plato es un plato y un vaso es un vaso, pero tengamos cuidado, porque todos hemos bebido caldo del plato cuando la cuchara ya no carga y todos hemos comido sopas de ajo en un vaso a las tres de la mañana mientras estamos de verbena.
Si cualquier frase, por indudable que parezca, está sujeta a interpretaciones, no le quiero contar a usted, avezado lector, lo que ocurre habitualmente con los números, porque la misma estadística puede dar al mismo tiempo un titular que nos lleva a pensar que vivimos en la provincia de las maravillas y otro que nos manda directamente al guano.
No hay más que ver cómo hace unos días los gestores de la cosa pública se peleaban por el mérito de haber logrado que este nuestro terruño haya ganado la friolera de 21 habitantes en el último trimestre –ahí es nada– después de años y años sin un torniquete que pudiera contener la hemorragia demográfica y sin que ninguno de ellos abriera la boca para asumir responsabilidades. A ver si salen también a la palestra cuando el dato del INE sea definitivo y diga quizá que en lugar de ganar 21 habitantes hemos perdido 210, porque ahora hemos celebrado por todo lo alto que llevamos un año siendo más pese a que en cada uno de los trimestres de ese mismo año habíamos lamentado que cada vez éramos menos.
Será magia, ahora que se acerca el festival internacional, porque ocurre lo mismo por ejemplo con los presupuestos, que son fundamentales si se está en la oposición y prescindibles si se gobierna, lo cual deja bien a las claras que ese enjuague de números y de millones –que se publicita un número de veces inversamente proporcional a lo que ocurre con las partidas que finalmente se ejecutan– se ha convertido simplemente en una herramienta más de la gresca política.
Y ahí están también los números que nos proclaman el brutal incremento de la contratación indefinida gracias a la última reforma laboral, pero cuesta un poco más encontrar los que dicen que también aumentan las jornadas parciales o fijas discontinuas, lo que hace que muchas personas tengan que tener dos trabajos. Decir que eso es luchar contra la precariedad laboral es como el que tiene tos y se rasca los cojones.
Detrás de cada contrato hay una persona, igual que detrás de cada usuario que reflejan las estadísticas de la línea de Feve, maltratada hasta la extenuación con el fin de poder argumentar lo que ayer mismo pudieron argumentar al fin, que la demanda es tan reducida que no es posible dejar de maltratarla. Hostia, me he enredado igual que el inane Mariano, que si leyese estas líneas acabaría diciendo: «Cuanto peor, mejor para todos. Y cuanto peor para todos, mejor. Mejor para mí el suyo beneficio... estadístico».