Mira que se ha quejado Luzdivina a su hijo Lucio de que el transistor chisporrotea. “Este cacharro no vale “pa”nada, ya es la segunda vez que le pongo pilas nuevas. Mira ver si te haces con otro”. Pero esta soleada tarde de últimos de abril el aparato resplandece como una estrella entre los vecinos de la barriada, que congregan sus sillas de campo en torno a sus zumbidos esperanzadores. Y es que los móviles parecen haberse secado por falta de riego energético y nadie sabe nada.
Luzdivina brilla en su menudez. Tantas tardes sola en la cocina mirando “España directo”. Y ahora todos acuden directamente a ella al acordarse de sus trasto inservible a pilas. Y al Señor Facundo, que vive en un noveno de Padre Isla, le suben entre dos chavales que acaba de salir del instituto. Uno es su nieto. A ver si el abuelo va a empeorar por no tomarse las pastillas de la comida. Y el hombre, mientras le ascienden , mira a aquellos dos maromos mientras se siente como un rey encumbrado. Uno de ellos le suena , pero hace tiempo que un apagón ha nublado seriamente su cerebro precipitando sus recuerdos al abismo de un feroz agujero negro. Aunque no por eso, Facundo deja de percibir el cariño enredado entre las risas de aquellos dos “chaladillos” que le aúpan.
Y en la terraza del “Vychio”, uno de los bares del leonés Barrio Canario, Jose y su mujer, friegan a destajo mientras sirven café de puchero. Los habituales especulan sobre si fue Putin o Trump los que atacaron jugueteando con los contadores cibernéticos, o ciberespaciales. Vete a saber. Iluminados “todólogos” tiene la Santa Madre Patria que nos sabrán responder. En el aula del Conservatorio suenan las teclas de un piano, mientras un trío de actrices y actor ensayan la próxima zarzuela estrenarán pronto: “Las de Caín”.
Y “las de Caín” son las que están pasando en diversos lugares miles de ciudadanos que permanecen atrapados, en medio de la incertidumbre, en trenes, metros y ascensores. Los móviles salvadores son hoy trozos de plástico luminiscente con el mismo valor que esas tarjetas de mentira que balbucean en nuestros bolsos y bolsillos contribuyendo al desasosiego, con su tozudez silenciosa. Va ganado terreno la tarde en el barrio, y el viejo transistor comienza a reaccionar al tiempo que los vecinos acuden ávidos a las pantallas de sus teléfonos inteligentes ya resucitados.
Lucio y Luzdivina regresan a casa. Él pensando en un regalo nuevo para este domingo, día de la Madre. El transistor, por ahora, vale. Al abrir la puerta les deslumbra la claridad que inunda el pisín. “Dichosa cabeza, mamá, todas las luces encendidas”.