Cuando la hulla tiznaba

08/12/2020
 Actualizado a 08/12/2020
Guardar
Un estruendo a lo lejos y un símbolo que se cae difunto ya. Anllares despedía a su chimenea recordando, con su corona de flores dedicada y un silencio que hace de más ese estertor de segundos. Santa Bárbara no pudo mediar para que el carbón se quedara y las térmicas no soportando el frío de su ausencia. Tiempo de despedidas, mirando de reojo a la agonía de Compostilla, prima hermana de la de Páramo que pide tierra, aunque haya quien mantenga la esperanza de la reanimación. Y los mineros ya se apodan historia a sí mismos. Las cuentan…aquella hulla que no se quitaba de las uñas y que les tiznaba los ojos como un tatuaje definitivo que les obligaba a definirse sin decirlo. Aquellas luchas poniéndose delante del mineral para defenderlo y defenderse, ante la incómoda realidad que se dibujaba desde los despachos, lejos del tajo. Primero las broncas, los petardos que dejaron un incómodo malestar a Juancar cuando compartíamos calle para ayudar en el grito a los marchantes. Después el silencio. Mucho silencio. Y un apagado Bierzo que sabía lo que aquel relato sin palabras quería decir. Y sin embargo, se ciñó a dar una palmadita en la espalda a los pozos con nombre de mujer y a rendirse al pésame. Suena a hueco ya la minería en Torre. Bembibre se rearma llamando a la industria. La mirada se queda parada en una chimenea caída y se envuelve en llanto para poder limpiar los recuerdos que no van más allá del pasado, reciente sí, pero tan pesado. Y volvemos la vista al campo, al turismo, a la ayuda que, como limosna, promocionan las instituciones. Llegue o no, se llevan el titular de calle y la hemeroteca pasada por las narices cuando es que no, les duele lo justo. Mientras, seguimos escuchando el sonido de una caída imposible de esquivar, que augura otra con las mismas lágrimas de un consabido sometimiento a lo que ya no es nuestro.

Lo más leído