Cabría escribir uno de esos artículos que hablan de cuando uno era niño y las cosas eran distintas y, por supuesto, mejores. De las diferencias y las vivencias, o de las diferencias de las vivencias, que dicen. Sobre cómo ha cambiado todo y lo buenos que eran aquellos tiempos que no volverán, qué pena la gente de ahora que no los ha podido disfrutar. Etcétera.
De cómo entonces los debates en aquella televisión de dos cadenas, de las cuales veíamos, por supuesto, la segunda, congregaban a señores con corbata y americana acomodados en sillones alrededor de José Luis Balbín fumando en pipa y tosiendo mientras que ahora todo parece el patio de luces de Belén Esteban o Ana Rosa Quintana. De cómo en aquel tiempo, fuera el que fuera, los festivales de la canción congregaban a artistas de verdad y melódicas piezas muy bailables, así, agarraditos, y no como ahora, esos tipos estrafalarios haciendo ruido. Explicaría que entonces no se juzgaba políticamente a los participantes y solo se medía la bondad de la música o la puesta en escena y nada hacía sospechar que, ahora, años después, el debate político se centrase en la participación de un Estado que extermina población civil desarmada. Me gustaría comentar que hace unos años, no tantos, nadie se atrevía a justificar o desdeñar la muerte de miles de niños indefensos, ancianos, mujeres, enfermos… mediante bombas, sufrimiento y hambre, ni a ignorar que se les quiere echar de su tierra para construir un resort de lujo. Querría comentar que, en aquellos días felices, si un político o un ciudadano, qué más da, se hubiera atrevido a alentar o aplaudir al país causante de tales matanzas indiscriminadas mediante un comentario público, ese señor o señora hubiera sido inmediatamente desalojado de cualquier organización, club o ámbito social. Me gustaría que aquel tiempo hubiera sido así, como nos gusta recordar para engañarnos con una vida imaginaria.
Pero no me sale. Porque además de Balbín había cosas horribles en la tele. Y durante el festival de Eurovisión siempre se escudriñaba lo que votaban los demás países y hasta pronosticábamos a quién. Y las canciones nos parecían horteras o fenomenales. Todos esos cambios que no lo son en realidad, importan muy poco o nada. Solo importa, y mucho, que ahora haya gente avalando en público lo que está pasando en Gaza o tome como excusa cualquiera para negar su apoyo a las, por otro lado, tímidas sanciones a ese Estado genocida, como si se pudiera hacer oposición con las vidas de inocentes y una agresión racista y supremacista. Hace poquísimo este tipo de cuestiones eran indiscutibles. Me importa entre nada y menos el festival de Eurovisión, pero que representantes políticos y ciudadanos afirmen votar a Israel en un concurso sin otro motivo que ir a la contra de no se sabe bien qué y se ufanen de ello públicamente solo tiene un calificativo. No lo escribiré porque no quiero manchar estas páginas.