El espíritu comunero es una manera de sentirse español como otra cualquiera y el Día de la Comunidad una herencia discutida en esta familia forzosa que es Castilla y León. Una derrota para coser territorios sin una identidad compartida, una campa para terminar encontrándose en la visita entre carpa y carpa, entre bandera y consigna, incluso en las ausencias del leonesismo y los leoneses que siguen sintiendo ajena una conmemoración muy castellana y poco leonesa. Muy española por otra parte.
Sin embargo, la convivencia de la etapa democrática, el paso de los años como fecha señalada para la inestable arquitectura autonómica, han conseguido ir transformando la celebración de una campa de partidos a una trasversalidad forzada pero efectiva. Villalar es una fiesta que en verdad no les gusta ni a los castellanos, o no a todos. Pero esto es secreto de la otra parte de la región. Como una de esas celebraciones familiares donde hay que ir por el compromiso o la bronca de la parienta. Hay que celebrarlas porque sí.
Lo de la campa de Villalar, desde 1521 (en abril para más señas), no ha vuelto a ser lo mismo, aunque haya ‘batalla’ tantos villalares a lo largo de los últimos cinco siglos. Los villalares de El Empecinado en 1821 dejando flores quizá por primera vez ante un monolito. Los de la utopía rota de la República, los clandestinos de la dictadura. Y desde la democracia y hasta hace bien poco según el año, la contienda se reproducía en algaradas contra los políticos y los imperiales eran entonces la Guardia Civil. A las puertas del quinto centenario del ajusticiamiento de Bravo, Padilla y Maldonado, los aniversarios se acumulan. Este 2018 se hace cuarentona la Constitución y en Villalar, que es distinto siendo el mismo cada 23 de abril, los homenajes evidencian la evolución que se ha producido en estas décadas. El lunes viviremos una vez más una fiesta institucionalizada, que es cuando verdaderamente arraigan las fiestas, un número rojo en el calendario del que poco importa su origen y que une en mera reivindicación de orgullo de patria chica, reducto para la tradición y el folclore que lucha contra el desarraigo.
Este 2018 en Villalar se homenaje a Candeal, a Toño y Félix, que son tan del día de Villalar como la propia campa, tan necesarios como las flores en el monolito. También se recordará las ‘Amapolas Comuneras’ de Godofredo Garabito, aquel poemario que ponía los cimientos de la comunidad autónoma en 1978 apelando a la heroica lucha por la libertad y por el futuro de los comuneros.Al autonomismo útil cuando aún no se había inventado el término.También este año es casi la despedida de Juan Vicente Herrera como presidente de la Junta de Castilla y León, que se seguirá desvaneciendo de aquí a las elecciones de 2019 y que el próximo abril será ya un espectro del pasado, susurrando a Hamlet entre la niebla. Herrera como el primer presidente que pisó la campa, que trajo al PP a una fiesta hasta entonces excluyente. Que trabajó un Villalarpara todos, y le costó sangre, pedradas y muchos madrugones.
Y celebraremos el quinto centenario en 2021 y el milenio en 2521. Unos en Villalar y otros de puente de Madrid, que es la campa de los descreídos. Cosas de familia.

Cosas de familia
19/04/2018
Actualizado a
18/09/2019
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