El pasado sábado tuvo lugar en Valladolid la ceremonia de los premios Goya. Una fiesta del cine, de la cultura. Entiendo que en esa ceremonia deberían brillar las estrellas del séptimo arte español y los indiscutibles éxitos de sus obras. Nada más. Lamentablemente se vio enturbiada por una absurda polémica y su correspondiente cruce de acusaciones ya desde unas horas antes de empezar.
De forma paralela, con respecto a otro asunto de candente actualidad, las protestas de los agricultores avanzan al volante de sus tractores y sin freno. Parece que no hay una respuesta convincente a sus reclamaciones, al menos por ahora.
Lo que se pide es que los alimentos con los que llenamos la cesta de la compra tengan calidad y hayan sido producidos en unas condiciones justas para los trabajadores del campo. Así de sencillo.
No obstante, me temo que este malestar se está utilizando con unos intereses que no son los de resolver los problemas reales. Un despropósito. En ninguno de los dos casos se focaliza la atención en lo que de verdad importa. Nada como la política para emponzoñar las cosas. Aunque por suerte existe un antídoto mágico. Vendría muy bien aplicarlo en estas situaciones, se llama RESPETO.
Tengamos en cuenta que la tierra nutre nuestro cuerpo y la cultura nuestra mente, ambos son esenciales y merecen ser cuidados con esmero.
Dicen que en carnaval todo pasa, hasta los novios a las casas. Muy oportuno cuando este año coincide el miércoles de ceniza con el día de san Valentín. Por cierto, AMOR es otro elemento que escasea. En concreto el amor al prójimo y la empatía que harían la vida un poco menos complicada a muchas personas.
Pero basta de lamentaciones. Toca ponerse el disfraz, la máscara y disfrutar al máximo de la pareja, familia o amigos. Esos seres maravillosos que, pase lo que pase, nunca fallan. Y hacer que cada día, no solo el 14 de febrero, sea especial con ellos. Como cantaba la gran Celia Cruz, «No hay que llorar, que la vida es un carnaval».